La muerte es un tema tabú en la sociedad de hoy en día. La evitación del dolor y de todo lo relativo a la muerte, lleva a las personas a no abordar este tema con la profundidad necesaria. Así, cuando se produce la pérdida de un ser querido, los adultos se encuentran ante una situación novedosa y sin las estrategias de afrontamiento adecuadas. Con la intención de evitar sufrimiento innecesario y causar el menor impacto posible, en ocasiones se actúa de forma intuitiva o en base a pautas que lejos están de las recomendaciones de las guías y trabajos existentes.
En líneas generales, las tres diferencias entre el duelo adulto y el de los niños en la primera infancia son que los niños utilizan más la negación, mantienen con mayor facilidad la capacidad de disfrutar con situaciones agradables y no pierden la autoestima (Ordoñez y Lacasta, 2004). Es frecuente que los niños pequeños muestren sintomatología somática (alteraciones del sueño y/o alimentación, enuresis, encopresis y dolores abdominales) o regresión a etapas anteriores del desarrollo. También son habituales los problemas de conducta, dificultad para concentrarse o atender a tareas escolares, manifestaciones de hiperprotección hacia seres queridos, hiperactividad o apatía, confusión, etc. Entre las reacciones emocionales más usuales se encuentran la irritabilidad, el rechazo, la tendencia al aislamiento, la tristeza, la ansiedad, y el incremento en los miedos en general (Ordoñez y Lacasta, 2004; Biank y Werner-Lin, 2011).
| |||||
En los adolescentes son más comunes las reacciones psicológicas similares a las adultas, como la negación o el aislamiento, mecanismos de autoprotección que permiten distanciarse temporalmente y disminuir el impacto de la realidad. Aunque estas manifestaciones se encuadran dentro de la normalidad, existen algunos factores de riesgo que se han asociado con el desarrollo de duelo patológico a corto o largo plazo (Ordoñez y Lacasta, 2004; Kennedy y Lloyd-Williams, 2009): la presencia de antecedentes psicopatológicos en el menor o en el cuidador principal; la simultaneidad de acontecimientos vitales estresantes; una mala relación con el progenitor que ha fallecido, un apego inseguro con el progenitor superviviente, edades entre 10 y 14 años; una mala adaptación del progenitor superviviente o ciertas circunstancias concretas de la muerte (como una muerte violenta o repentina, etc.)
En el proceso de comunicación de malas noticias y también en los momentos posteriores al fallecimiento se deben tener en cuenta ciertos aspectos (Kennedy y Lloyd-Williams, 2009; Kroen, 2011), descritos a continuación:
Se ha demostrado que una comunicación que tenga en cuenta los elementos anteriores y adecuada a la etapa evolutiva facilita el proceso de elaboración del duelo y puede evitar su complicación (Rosner, Kruse, y Hagl, 2010).
El artículo completo puede encontrarse en la Revista Psicooncología:
Mesquida, V; Seijas, R y Rodríguez, M. (2015). Los niños ante la pérdida de uno de los progenitores: revisión de pautas de comunicación eficaces. Psicooncología, Vol. 12 (2-3), pp. 417-428.
| |||||
| |||||
|
FUENTE: INFOCOP
No hay comentarios:
Publicar un comentario