Las
rabietas forman parte del desarrollo evolutivo del niño. Aparecen en torno a
los 2 años y se prorrogan hasta los 4, si bien es cierto que la práctica
clínica hace pensar que últimamente esta etapa se adelanta hasta el año y medio
y se alarga hasta los 5.
Ocurren con
más frecuencia al final de la mañana o de la tarde y a la hora de irse a
dormir, momentos en los que los niños están más cansados y/o con hambre.
El 70% de
los niños y niñas con comportamiento difícil, continúan teniendo el mismo tipo
de conducta un año después, si no se lleva a cabo una intervención psicológica.
Las
rabietas suelen ser motivo de consulta clínica por lo desesperantes que
resultan para los padres. La intervención va dirigida a disminuir su frecuencia
de aparición, su intensidad y su duración. La «extinción» es la técnica más
eficaz para abordarlas. Para que se produzca una generalización del aprendizaje
es necesario que los padres abandonen ideas como: «Pobrecito, no soporto verle
llorar». Este tipo de conductas infantiles suelen ser problemáticas si generan
conflictos importantes en las relaciones familiares y si el manejo de las mismas
por parte de los padres es inadecuado.
Si bien es
cierto que la mayoría de los progenitores refieren la desaparición de las
rabietas en torno a los 4 años, también lo es que un mal enfoque de estas,
puede desembocar con el tiempo en otros problemas de conducta como el trastorno
oposicionista desafiante o el trastorno por conducta antisocial.
Atender a
la diferenciación, entre una actitud de desobediencia propia de la edad y del
desarrollo evolutivo del niño, frente a la agresión como habilidad para la
resolución de conflictos, es clave para la realización de una intervención
eficaz.
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