A lo largo de todo el ciclo vital, el ser humano está expuesto a situaciones, estímulos o circunstancias que ocurren de forma inesperada, que provocan cambios o reajustes en la vida del sujeto y que, por ende pueden alterar potencialmente su estado físico y/o mental.
Este conjunto de situaciones, estímulos o circunstancias se han denominado “life events” o acontecimientos vitales (AV a partir de ahora en el texto). Los AV pueden clasificarse en función de la naturaleza de los acontecimientos (familiares, escolares, de salud, sociales) o pueden hacerlo en función del efecto que generan en la persona que los vivencia dependiendo de la interrelación de los factores personales del sujeto y los factores del entorno (positivos vs. negativos). En este punto, hay que tener presente que la interpretación de los AV depende de cada uno, pues lo que para uno es positivo para otro puede no serlo y, es por eso, que en los estudios que se realizan se clarifican muy bien los acontecimientos para que no quepa duda y se entienden por ejemplo como AV positivos el tener una relación afectiva satisfactoria, ser premiado por haber realizar un buen trabajo ya sea en el área laboral como deportiva o de ocio, y como AV negativos el fallecimiento de un ser querido, sufrir alguna enfermedad, no promocionar en el ambiente laboral a pesar del trabajo realizado, etc.
Si volvemos a los estudios científicos, la mayoría se centran en relacionar los AV negativos con el aumento de las alteraciones emocionales en niños y adolescentes, pues son etapas, sobretodo la adolescencia, en las que tienen lugar infinidad de cambios biológicos, escolares, sociales, familiares, etc. y, por tanto, puede considerarse una etapa de vulnerabilidad. Diversas investigaciones realizadas con población adolescente, han puesto de manifiesto los efectos de los AV en el curso de la depresión, y han encontrado que los adolescentes deprimidos experimentaron significativamente más acontecimientos adversos antes del inicio de un cuadro depresivo, que los adolescentes del grupo control sin depresión.
Es por ello que, durante el curso 2009/2010, realizamos un estudio en la población de Rubí (Barcelona, España), en el que se analizaron los AV de los adolescentes escolarizados en 2º y 3º de la ESO y se relacionaron con la sintomatología depresiva (Ferreira, Granero, Noorian, Romero y Domènech-Llaberia, 2012). Concretamente, se valoraron 1.061 adolescentes, con edades comprendidas entre los 13 y los 16 años (media = 13,92; DE = 0,78), de los cuales el 52,7% eran chicos, y el 21,2% inmigrantes (nacidos fuera de España). A estos adolescentes se les pasaron el Life Events Checklist (LEC; Johnson y McCutcheon, 1980) para conocer los AV y el Children´s Depression Inventory (CDI; Kovacs, 1983) para observar la presencia/ausencia de sintomatología depresiva.
Los resultados obtenidos, confirman que existe relación entre el número total de AV vividos y la sintomatología depresiva. Concretamente, se observa que a más AV positivos vividos menor es la presencia de sintomatología depresiva, y que a más AV negativos mayor es la presencia de sintomatología depresiva.
Además, esta relación se ve mediada por el lugar de procedencia, pues se observa que es mayor el incremento que generan los AV en la presencia de sintomatología depresiva en la población española que en la población inmigrante. Esto, en contra de lo que se esperaba, que era un incremento mayor en sintomatología depresiva en la población inmigrante debido al mayor número de AV que éstos han vivido, podría explicarse a partir de la teoría de la resiliencia. ¿Será que los autóctonos que han debido hacer frente en su vida a menos AV, no han desarrollado las estrategias de afrontamiento suficientes para afrontarlos? o ¿será que algunos inmigrantes poseen un factor genético que les facilita una mayor resiliencia?
El estudio revolucionario de la interacción gen-entorno de Caspi y cols., (2002) señala que la combinación de ambos factores sería determinante en la relación vulnerabilidad-resiliencia. El genotipo sería el que modula la sensitividad al entorno y éste sería la respuesta al puzzle que ofrecería una respuesta al porqué algunas víctimas no sufren efectos ulteriores y otras sí (McDermott, 2011).
Por otra parte, los resultados confirman esta misma relación cuando los AV se dividen en subgrupos, encontrando que los AV familiares, escolares y de salud negativos, presentan una relación significativa con la sintomatología depresiva, aumentando su presencia.
¿Qué nos dicen estos resultados? Pues que nos debemos plantear que la vivencia de sucesos vitales no siempre debe ser interpretada como una medida de adversidad generadora de sintomatología depresiva u otros trastornos psicológicos o psiquiátricos, pues la autopercepción de dichos eventos como positivos o negativos y el grado de afectación que puedan generar éstos, depende del individuo, su experiencia, sus vivencias previas, su historia personal, su nivel de desarrollo, su capacidad para comprender los sucesos, sus estrategias de afrontamiento, etc. y, por tanto, en función de todas estas variables, los acontecimiento vitales serán más o menos determinantes en el desarrollo de patología.
FUENTE: Infocop
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