“¡Ya os arrepentiréis!”. Les amenazaban, apuntándoles severamente con el dedo índice. Pasaba constantemente cuando manifestaban que no querían tener hijos. Se lo contaron a Orna Donath hace más de diez años, en Israel, su país, mientras realizaba una investigación sobre mujeres y hombres que habían decidido no ser madres o padres. Y ella pensó. ¿Y las personas que deciden tener hijos no se arrepienten? La idea no se quedó ahí: germinó en otra investigación que quedó reflejada en un libro. Y el libro salió de Israel, fue éxito de ventas y objeto de discusión. Cuando esta socióloga sintió que había un vacío que cubrir, que nadie había hablado de esas madres arrepentidas, acertó de lleno. Las múltiples entrevistas, las numerosas reseñas, dan fe de la recepción del libro también en el Estado español, donde ha sido recientemente publicado.
Es una tarde de septiembre y Orna Donath y la periodista Lucía Lijtmaer se preparan para presentar Madres arrepentidas. La sala de la librería madrileña Traficantes de Sueños está llena hasta arriba, de madres, no madres, algunos padres, no padres, y hasta niños. Se han preguntado si no será tomado como una afrenta que dos no madres, como ellas, vayan a presentar un libro sobre este tema, bromea Lijtmaer. Donath quiere disipar cualquier duda, no hay frentismo aquí, “no es una venganza personal” ni “propaganda contra la maternidad”. Con o sin hijos, “la sociedad nos presiona a todas”, insiste, y define su obra más bien como “una carta de amor a las madres” ante esa tendencia perniciosa de aplicar el “divide y vencerás”.
Segunda aclaración: está hablando de un sentimiento muy humano, no de ningún “fenómeno”, “para mí era importante mostrar que las historias de estas mujeres no eran algo dramático o excepcional (...), las personas se arrepienten de casi todo en esta vida. Si tuviéramos que hacer una lista de todo lo que nos arrepentimos estaríamos aquí hasta mañana.”
Orna Donath conversó con 23 madres israelíes arrepentidas de serlo. En ese momento no imaginaba, ni pretendía, que sus testimonios pudiesen ser representativos de nadie más que de ellas mismas. Año y medio después, la recepción del libro en Alemania o España, los cientos de mensajes que le llegan de todo el mundo le han convencido de que su investigación es extrapolable. Que hay madres arrepentidas por todas partes, y no sólo eso: también se repiten los discursos entre aquellas que no quieren ser madres, y, temática que le gustaría investigar en un futuro: el de las mujeres que no acaban de decidirse.
“No quieren ser la madre de nadie”
También hay muchas mujeres que quieren ser madres y disfrutan de serlo, se siente obligada a aclarar la autora: “Muchas veces se me ha acusado de decir que la belleza de la maternidad es efecto de la socialización, ¡y no es eso!” Pero que para las mujeres la hoja de ruta por default en la mayoría de las sociedades pasa por la maternidad, que su forma de pertenecer sea como madres, es un hecho. O dicho de otra forma, se hace un “uso político de la emoción para canalizarnos hacia la maternidad” de maneras “sutiles y ocultas”.
Y así Donath se encontró con tres grupos de mujeres. “El primero no quería hijos y las convencieron. Todavía siguen sintiendo que no quieren hijos, lamentan haberlos tenido, no quieren ser la madre de nadie”. Otro grupo serían “mujeres que no sabían si querían ser madres o no, les parecía un paso natural que dar y ni siquiera se lo plantearon”. No faltaban las “mujeres que querían ser madres, pensaban que les iba a traer una especie de serenidad ante la vida, que la maternidad mejoraría sus vidas, porque es lo que nos han contado (...), y luego se dieron cuenta de que no solamente no les mejoraba la vida, sino que realmente se la empeoraba”.
“Me sentí violada”, le contó una de las mujeres que tenían claro que no querían hijos. Ella no, pero su marido sí. Tras la amenaza de divorcio vino el consentimiento. Tras el consentimiento la dificultad para concebir y el recurso a la inseminación instrumentalizada. Cuando su hijo ya estaba allí, ella seguía sin querer ser madre. “Violada”. El testimonio de esta mujer hizo pensar a Ornath en la diferencia entre voluntad y consentimiento. Mujeres que consienten, y “una vez tienen hijos se dan cuenta de que la sociedad las abandona con esta idea neoliberal de que eres tú la que ha decidido ser madre, ahora es tu problema: apechuga con lo que tienes. ¡Supéralo!”
Es una lógica que se basa en el resultado. ¿Por qué te lamentas ahora? ¡Ya hiciste tu elección! Pero hay que centrarse en el proceso, advierte la autora, “ hay mujeres que tuvieron hijos no porque quisieron, porque consintieron, por la presión social, para no divorciarse, y hay otras que pasan esa compuerta de la maternidad buscando otra cosa para sí mismas, tener una familia, no estar solas, pertenecer a su comunidad. Y a menudo nos dicen que la única manera de cubrir estas necesidades es pasar por esa puerta de la maternidad, porque nos pueblan la imaginación con esa imagen. No tenemos disponibilidad de otras posibilidades, no tenemos otras puertas”.
Cuando la sonrisa de tu hijo no alcanza
No es fácil aceptar que hay madres que se arrepienten de serlo. Así, llanamente. Ornath lo vio en Alemania cuando el centro de la discusión pasó rápidamente del arrepentimiento a la ambivalencia. Lo vivió durante una clase cuando una alumna le dijo: “Pero las madres nos arrepentimos al menos una vez al día o a la semana, queremos huir y dejarlo todo”. “No –dice Ornath–, no es lo mismo (…); si seguimos hablando sólo de ambivalencia nos estamos perdiendo el núcleo de la discusión de lo que es el hecho de lamentar haber tenido hijos”.
Las razones son múltiples, no tienen nada de excepcional, “la responsabilidad, la necesidad de actuar como modelo, la pérdida de tu tiempo, la pérdida del ser que eras antes de tener hijos, el hecho de estar siempre en la condición de estar a cargo de la situación”. Y además, como le dijo una de las entrevistadas, “es como la historia interminable. Un contrato que no caduca, ni siquiera cuando eres abuela”. Aspectos de la maternidad conocidos y vivenciados por muchas madres: para algunas, “la sonrisa de tu hijo hace que merezca la pena todo lo demás”, pero para otras “toda esa pérdida no merece la pena”. Con la sonrisa no les alcanza. Aman a sus hijos, pero odian ser madres.
Y es un sentimiento genuino e incondicional, continúa la autora. Se encargó de averiguarlo. Preguntó en un foro de internet si habría alguna circunstancia –contar con dinero, una casa enorme, ayuda ilimitada, lo que fuera– bajo la cual dejarían de arrepentirse. “No –contestaron–, sigue siendo una relación en la que eres responsable de la vida de otro, en el que otro depende de ti, y no todas queremos participar en ese tipo de relación”.
Las 23 mujeres con las que Ornath habló, ya participan de ese tipo de relación, así que ocultan estos sentimientos como forma de supervivencia, “entierran el arrepentimiento bajo varias capas de cotidianeidad”, pues “se sienten como delincuentes emocionales que estuviesen rompiendo las reglas del sentimiento. (…) Es posible que no lleguen nunca a superar este arrepentimiento y quizás no tengan que hacerlo. Nos arrepentimos de tantas cosas en la vida y la vida sigue”. Y hacen lo mejor que pueden para ser buenas madres, desdramatiza la autora: “Saben que a veces pueden causar daño, pero ¿qué madre no hace daño a sus hijos alguna vez? ¿!uién no se equivoca?”.
“La maternidad es un marrón que lo flipas”
“Ya no tengo vida, mi vida, quiero mi vida de vuelta antes de tener a mis hijas. Qué bien sienta, es la primera vez que me atrevo a decirlo”. Este testimonio no está en el libro de Orna Donath, convive con más de 500 confesiones de mujeres que extrañan tanto su vida de antes de ser madres que duele. Son comentarios a un artículo de hace unos años. Un texto cualquiera, alojado en un medio desconocido de internet. “¿Por qué no me gusta ser mamá?”, se llama. No es difícil imaginarse a madres genéricas escribiendo esa misma frase en la barra del buscador con un bebé colgando del pecho, con un niño de tres años entregado a una rabieta en bucle, con un adolescente que acaba de salir dando un portazo. Con proyectos personales apartados a un lado, la casa patas arriba, un estrés que no les cabe en el cuerpo, una jaula emocional de la que no se pueden escapar. “¿Por qué no me gusta ser mamá?”, se preguntan. Aunque ya tengan todas las respuestas.
Es un tema que moviliza, difícil resistirse desde los medios, que en las últimas semanas han reparado en el libro Madres arrepentidas material para titulares impactantes.“¿Existen (de verdad) mujeres que se arrepienten de ser madres?”, se preguntan enVogue, “Ésta es la primera vez que he logrado comprender que mi madre se arrepiente de haberme tenido”, titula La Vanguardia. “¿Madres arrepentidas o madres angustiadas?”, se van hacia la ambivalencia en El Periódico. Y la más efectista de todas: “Si murieran mis hijos sería un alivio”, apuestan por la polémica otros medios.
El debate sobre si es mejor tener hijos o no alimenta las revistas de tendencias. Por todas partes se hacen listas de pros y contras: qué es mejor, la montaña o la playa, tacones o zapatillas, ser una madre amorosa de tus querubines rubios o una mujer “childfree emancipada”, con carrera y viajes anuales a Tailandia. Qué es peor, no poder volver a depilarte tranquila, o envejecer sola. Sí, a veces el debate se da en estos términos. Afortunadamente éste no es el caso del libro de Donath, ni el de las mujeres cuando hablan sin los filtros del estilo y del mercado, conversaciones francas, pero también con sus inercias.
El relato de que la maternidad es lo mejor se va rompiendo, las madres hablan más, surgen espacios como el Club de las Malasmadres, ya no hay medio de comunicación que no tenga a un par de blogueras especializadas en humanizar y desmitificar la maternidad. Son ya casi un género periodístico por sí mismos estos textos, sacudidas a la institución materna ideal, amortiguadas siempre con varias capas de ironía y un pero final. Siempre hay un pero final. “Pero no los cambiaría por nada”, “pero son lo mejor que nos ha pasado”, “pero me hacen mejor persona”...
Para muchas mujeres, ni así cuela, y así lo manifiestan sin filtros desde el anonimato, como en el espacio online de las 500 arrepentidas: “Estaba muy deprimida y frustrada porque la verdad que ser madre es un marrón que flipas, ser madre es sólo para darte a otra persona, dar todo por alguien que seguro cuando seas vieja te mete en una residencia” sintetiza lacónica una usuaria, “¡¡Aborta!!”, le advierte otra madre del foro a una joven que se pregunta qué hacer ante un embarazo no deseado. “Yo me arrepiento toda la vida de haber seguido los consejos de gente que me dijo hace 15 años que no abortara, que estaba mal, y esa gente ahora no cría ni mantiene a mi hijo y yo soy una mujer muy frustrada, deprimida e infeliz” remata.
Seremos quizás la generación de treinteañeras con menos hijos de la historia, pero probablemente también seremos quienes más hayamos hablado del tema. No se trata de una mera cuestión retórica: la precariedad material de nuestras existencias, la falta de un compañero o compañera con quien dar el paso, o la nula colaboración de nuestros óvulos o sus espermatozoides para cuando nos ponemos a ello clausuran universos de posibilidades. Eso por un lado. Del otro el relato social nos sigue queriendo madres, y no serlo parece exigir siempre una justificación perfectamente argumentada. Así que seremos la generación que más le haya dado vueltas a esto de la maternidad, pero eso no nos hace mucho más libres.
En estas conversaciones, a veces las que sí dimos el paso nos sentimos interpeladas a dar pistas, a aportar nuestra presunta expertise en el balance de los deberes y los haberes de la maternidad. El problema es que yo soy más de letras. Además formo parte de las que leímos entusiastas ¿Dónde está mi tribu?, atribuimos nuestra soledad al neoliberalismo, y pensamos que el origen de todos los males está en la división sexual del trabajo, el hundimiento del estado de bienestar, y todas esas cosas. En definitiva, criamos en el terreno de la ambivalencia materna –un ciclotímico mix de amor y hartazgo– aderezada con crítica social. Y atrincheradas tras un montón de peros aún me cuesta, aún nos cuesta, asumir que hay gente que no quiere comerse tamaño marrón. Lo raro –como comentaba Orna Donath en la presentación de su libro– es que nos extrañe.
FUENTE: Diagonal
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