La pandemia del COVID-19 tiene el potencial de afectar significativamente a la salud mental de los trabajadores sanitarios, que se encuentran en primera línea de esta crisis. Por lo tanto, es una prioridad inmediata la evaluación del estado de ánimo, sueño y otros problemas de salud mental para comprender los posibles factores mediadores y poder llevar a cabo intervenciones individualizadas.
Así lo afirma un estudio publicado en la revista Brain, Behavior, and Immunity, bajo el título Prevalence of depression, anxiety, and insomnia among healthcare workers during the COVID-19 pandemic: A systematic review and meta-analysis, cuyo objetivo es sintetizar y analizar la evidencia existente sobre los posibles efectos de la pandemia del COVID-19 en la salud mental de los trabajadores sanitarios y, especialmente, la prevalencia de depresión, ansiedad e insomnio.
Así, tal y como señalan sus autores, hasta la fecha, aún no se ha establecido el impacto de la actual crisis sin precedentes en el bienestar psicológico del personal médico y de enfermería. Investigaciones previas de otras epidemias -como el SARS o el Ébola-, revelan cómo la aparición de una enfermedad repentina y potencialmente mortal puede generar cantidades extraordinarias de presión sobre los trabajadores de la salud.
Este estudio es la primera revisión sistemática y metaanálisis que examina la prevalencia combinada de depresión, ansiedad e insomnio en el personal sanitario con motivo de la situación vivida, a través de diversos estudios publicados durante la primera ola de la pandemia del COVID-19.
Los datos obtenidos muestran que el incremento de la carga de trabajo, el agotamiento físico, la falta de equipos de protección individual (EPIs) y la necesidad de tomar decisiones éticamente difíciles, son factores que pueden impactar de forma dramática sobre el bienestar físico y mental de los sanitarios. Su resiliencia puede verse aún más comprometida por el aislamiento y la pérdida de apoyo social, o el riesgo al contagio de amigos y familiares.
Se detecta también que el nivel de apoyo social correlaciona positivamente con la autoeficacia y la calidad del sueño y negativamente con la ansiedad y el estrés.
Asimismo, se observan diferencias laborales y de género “potencialmente importantes”: la tasa de prevalencia de ansiedad y depresión parece ser más elevada en las mujeres, lo que, a juicio de los autores, “probablemente refleja la brecha de género para los síntomas de ansiedad y depresión”. Por su parte, el personal de enfermería muestra estimaciones de prevalencia más altas tanto para la ansiedad como para la depresión, en comparación con los médicos. En opinión de los autores, estos resultados podrían atribuirse, en parte, por el hecho de que el personal de enfermería es, en su mayoría, femenino, pero también podrían explicarse por el hecho de que suelen enfrentar un mayor riesgo de exposición a pacientes con COVID-19, ya que pasan más tiempo en las salas, brindan atención directa a los pacientes y son responsables de la toma de muestras para la detección de virus. Igualmente, debido a su contacto más cercano con los pacientes, el personal de enfermería puede estar más expuesto a daños morales relacionados con el sufrimiento, la muerte y los dilemas éticos.
Cabe señalar que el impacto psicológico de la crisis no lo sienten solamente los médicos y enfermeras de cuidados intensivos y respiratorios de primera línea, sino también los profesionales sanitarios de otras especialidades. Lamentablemente, el estudio ha encontrado informes de suicidios, dado que “los profesionales de la salud se enfrentan a una presión psicológica acumulada y un miedo intenso a morir por el virus”; para los autores, esto es particularmente alarmante dado que, el personal médico, ya tiene un mayor riesgo de suicidio en comparación con la población general.
Estos hallazgos ponen de relieve que los trabajadores de la salud constituyen un colectivo especialmente vulnerable a los problemas de salud mental, incluidos el miedo, la ansiedad, la depresión y el insomnio.
Dado lo anterior, los autores consideran evidente que una detección e intervención precoces son esenciales para mejorar la resiliencia psicológica y fortalecer la capacidad de los sistemas de salud.
La comunicación clara, la limitación de los horarios de los turnos, la provisión de áreas de descanso, así como reglas detalladas sobre el uso y manejo de equipos de protección y capacitación especializada en el manejo de pacientes con COVID-19, podrían reducir la ansiedad derivada de la falta de familiaridad percibida y la incontrolabilidad de la situación.
Con este fin, deben considerarse las intervenciones tempranas y adaptadas a cada persona. El apoyo a la salud mental es necesario incluso para reacciones psicológicas leves. De hecho, en el contexto actual, el estudio recomienda las intervenciones psicológicas cara a cara y a distancia, tanto a los trabajadores sanitarios, como a los pacientes infectados, los casos sospechosos que se encuentran aislados en el hogar, y los familiares y amigos/as de las personas afectadas.
Estas conclusiones son importantes, habida cuenta del incremento exponencial de casos de coronavirus en las últimas semanas -considerado ya por los expertos como una nueva ola de la pandemia-, y que podría afectar de forma negativa al personal sanitario que aún no se ha recuperado del impacto inicial de la primera.
Fuente: Pappa, S., Ntella, V., Giannakas, T., Giannakoulis, V. G., Papoutsi, E., & Katsaounou, P. (2020). Prevalence of depression, anxiety, and insomnia among healthcare workers during the COVID-19 pandemic: A systematic review and meta-analysis. Brain, behavior, and immunity, 88, pp. 901-907. doi: 10.1016/j.bbi.2020.05.026
FUENTE: INFOCOP