La depresión es uno de los trastornos del estado de ánimo más frecuentes en la población de edad avanzada y se asocia a una mala calidad de vida y a un aumento de la morbilidad, la discapacidad y la mortalidad. Sin embargo, en los adultos mayores, a menudo no se detecta ni se trata. Así lo explica un reciente artículo publicado en la revista Neuropsychiatric Disease and Treatment, en el que se realiza una revisión de la depresión en personas mayores y se ofrecen recomendaciones prácticas para los profesionales sanitarios que trabajan en este sector. El artículo, elaborado por un equipo de investigación de la Universidad de Padua, explica la complejidad y los retos que supone la identificación y el abordaje de la depresión en personas mayores y el impacto que tiene la depresión para la calidad de vida de la persona afectada y de sus cuidadores. |
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Contrariamente a la creencia popular, la depresión es un trastorno frecuente en personas mayores, estando presente en el 5,7% de la población mayor de 60 años y aumentando esta cifra conforme se avanza la edad. Dentro de este grupo, las personas mayores que viven en entornos residenciales tienen un riesgo aún mayor de depresión, con cifras que se acercan al 50% de las personas mayores. Respecto a la manifestación de la depresión en personas mayores, los autores señalan que aunque la gravedad de la depresión parece permanecer estable a lo largo de la vida, lo que realmente diferencia la depresión en adultos jóvenes y mayores son las diferencias cualitativas en la presentación clínica de la sintomatología Concretamente, se debe tener en cuenta que, por ejemplo, los sentimientos de disforia o tristeza (que constituyen síntomas centrales para el diagnóstico de depresión según el DSM-5) suelen estar ausentes en los adultos mayores. En población mayor se observa una variante de la depresión, reconocida en la literatura como «depresión sin tristeza», que se caracterizada por falta de interés, dificultades para dormir, falta de esperanza, pérdida de apetito y pensamientos de muerte. Por el contrario, otros síntomas como la falta de vigor y el retraimiento o la pérdida de interés están más pronunciados en adultos mayores que en personas más jóvenes, así como los niveles de ansiedad elevados en la mañana y los pensamientos sobre el suicidio también son más frecuentes en el grupo de edad avanzada. Los autores de la revisión señalan la importancia de tener en cuenta el conjunto de síntomas somáticos relacionados con la depresión al establecer este diagnóstico en personas mayores, puesto que es más probable que las personas mayores expresen su depresión en términos de quejas somáticas. Estos síntomas, que están especialmente presentes en la personas mayores con depresión en comparación con los adultos jóvenes con depresión, incluyen: la pérdida de apetito y peso (frente al aumento de peso o de apetito en adultos jóvenes), la disminución de las horas de sueño (frente a la hipersomnia más frecuente en adultos jóvenes), el cansancio físico (frente a la fatiga mental más frecuente en adultos jóvenes), la presencia de déficits cognitivos amplios (y no sólo la falta de concentración presente en adultos jóvenes), la presencia de un amplio conjunto de síntomas somáticos vagos y, sobre todo, asociados al aparato gastrointestinal (no presentes en adultos jóvenes) y los síntomas de agitación (frente al retraso psicomotor más asociado a adultos jóvenes con depresión). En este sentido, aunque los síntomas somáticos son muy característicos de la depresión en personas mayores, los autores advierten que se debe tener especial precaución de no confundir estos síntomas con los síntomas asociados al envejecimiento normal, así como evaluar la presencia de enfermedades médicas comórbidas que puedan explicar estas manifestaciones. Teniendo en cuenta las peculiaridades de la presentación de la depresión en población geriátrica, los autores de la revisión señalan que uno de los principales retos a la hora de reconocer las características diagnósticas de la depresión geriátrica es la superposición de sus síntomas típicos con los de otras afecciones físicas o neurológicas comórbidas y, en general, con los signos típicos de fragilidad (es decir, pérdida de peso, enlentecimiento psicomotor y agotamiento). Más allá de estas consideraciones, el artículo menciona otras barreras que hacen que la depresión en las personas mayores esté infradiagnosticada o mal diagnosticada y, por tanto, infratratada o mal tratada. Entre estas barreras se encuentran: el prejuicio social existente de que la depresión es una fase normal del envejecimiento, debido a las condiciones médicas y situacionales típicas de la edad avanzada, como las limitaciones impuestas por la discapacidad funcional, los problemas de salud y los estresores psicológicos como la disminución de los contactos sociales, las transiciones en los papeles sociales clave (es decir, la jubilación) y el duelo. A este respecto, los autores aclaran que si bien la desviación del estado de ánimo es ciertamente comprensible, no implica que deba desatenderse ni que no sea tratable, especialmente cuando es fuente de sufrimiento y deteriora el funcionamiento. Otro obstáculo, que dificulta el reconocimiento de la depresión en personas mayores, hace referencia a la estigmatización y el rechazo a aceptar el diagnóstico de depresión tanto por los propios pacientes como por los profesionales sanitarios que los atienden, que muestran una inclinación a centrar su explicación en causas médicas para evitar el estigma de un diagnóstico psiquiátrico. Puedes consultar el artículo completo en el siguiente enlace: Devita, M., De Salvo, R., Ravelli, A., De Rui, M., Coin, A., Sergi, G., & Mapelli, D. (2022). Recognizing Depression in the Elderly: Practical Guidance and Challenges for Clinical Management. Neuropsychiatric Disease and Treatment, 2867-2880. |
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