miércoles, 18 de septiembre de 2013

Maltratadores psicológicos

A diferencia de los maltratadores físicos, los psicológicos pasan desapercibidos, pues practican una violencia que no es patente físicamente, actúan de forma soterrada, sin dejar huellas visibles. De forma metódica e implacable destruyen psicológicamente a la víctima.

Estos maltratadores niegan la agresión, envuelven sus frases con humor, con ironía, hacen comentarios supuestamente inocentes que van directos a los puntos débiles de la víctima y la van hundiendo poco a poco. Si la víctima se queja, recibe comentarios que la hunden aún más: «no es para tanto, eres una paranoica», frases que inciden en que es una inestable que se toma todo a mal o una torpe sin sentido del humor. El agresor niega su agresión; el problema, pues, es de ella.

Hirigoyen define estas agresiones como «violencia perversa», y las describe como «la destrucción insidiosa de un individuo mediante procedimientos indirectos, con gestos o palabras de desprecio, humillación o descalificación; abandono emocional de forma frecuente y durante un tiempo prolongado. El agresor se crece rebajando a los demás y así evita todo conflicto interior, cargando sobre los otros las responsabilidad de lo que no funciona». Se trata pues de ocultar su incompetencia y su debilidad.

«El agresor nunca pierde los nervios ni eleva el tono de voz, usa una voz monocorde y plana, manifiesta una hostilidad fría que niega cuando se hace referencia a ella», explica Hirigoyen. «La causa del problema no es evidente, el agresor deja planear una sospecha sobre todo, pero rechaza hablar de lo que no marcha; esta negativa paraliza a la víctima y le impide encontrar una solución. Se deforma todo lo que pueda decir, así que siempre se encuentra en falta. Él se burla de ella, pero de forma sutil, de manera que los posibles testigos sólo perciban una broma inocente».

Pero lo perverso no acaba aquí, pues el maltratador consigue instalar en la pareja unos códigos demoledores: «El agresor domina, por tanto, sabe mejor que nadie lo que es bueno para el otro, y por eso se presenta como una violencia ejercida por una buena causa, el mal se hace por el bien de ella».

¿Y qué hace el entorno de la víctima? «Esta violencia suele ser ejercida por un tipo de hombres: grandes seductores, muy inteligentes y que por encima de todo valoran el poder». Maquillan su violencia gracias a que saben dar buena imagen de sí mismos: sus agresiones son consideradas por los demás como actos o comentarios sin importancia, pues efectivamente no dejan de ser solo palabras o miradas. Gestos que, aisladamente, son asumibles por cualquier persona, «salvo que esa hostilidad sea permanente o repetitiva; el efecto acumulativo es lo que realmente destruye». «Los testigos, ya sea por protegerse o por ponerse del lado del más fuerte, buscan a menudo excusas al agresor; llegan incluso a sospechar que es la víctima quien ha provocado la agresión».

La mayoría de las veces, ni siquiera las víctimas identifican esta situación como maltrato. Para ello, el maltratador intenta conseguir que alguien dude de sus sentidos, de sus razonamientos y hasta de la realidad de sus actos. Persuadir a una persona de que su percepción de la realidad, de los hechos y de las relaciones personales está equivocada y es engañosa para ella misma, es fácil. Basta negarle que lo ocurrido y presenciado haya sucedido; convencerla de que en cambio hizo o dijo lo que no hizo o dijo; acusarla de haber olvidado lo efectivamente acaecido, de inventarse problemas y sucumbir a sus suspicacias, de ser involuntariamente tergiversadora, de interpretar siempre erróneamente, de deformar las palabras y las intenciones, de no tener nunca razón, de imaginar enemigos y fantasmas inexistentes, de mentir constantemente. Para quien sabe persuadir a alguien de todo esto, se trata de un eficacísimo método para manipular y anular voluntades destinado a hacerse dueño de la víctima y convertirla en su esclava emocional. Desde la posición de víctima a veces es difícil detectar el padecimiento de la violencia psicológica, porque en estas situaciones a menudo desarrollamos mecanismos psicológicos que ocultan la realidad cuando resulta excesivamente desagradable.

Nuestros mecanismos de defensa tienen la finalidad de preservarnos de la angustia, y el hecho de aceptar que somos víctimas de una situación reiterada de maltrato psicológico, probablemente por parte de una persona a quien estimamos, supone una carga enorme de angustia que no es fácil de digerir. Por eso nuestro procesamiento encubierto nos ofrece multitud de mecanismos de defensa para que echemos mano de ellos y nos defendamos de la angustia, negando la situación en que nos encontramos. Así aprendemos a negar y a intelectualizar la violencia de la que somos víctimas. Buscamos justificación para la actitud del agresor, para la actitud de quienes admiten o colaboran con su violencia, y buscamos casos similares en nuestro entorno para compararnos con ellos y llegar a la conclusión de que no es una situación anómala, sino común y corriente e, incluso, de que hay situaciones muchísimo peores que la nuestra.

Otras veces la víctima recurre a un mecanismo mucho más nocivo que la negación o la intelectualización: la culpa, buscando en sus actitudes pasadas y presentes el motivo del maltrato. Recorre como en flash back su historia de amor, rememorando sus propias palabras, gestos y acciones para localizar la causa de la violencia que ella misma cree haber provocado. Cuando el agresor niega los golpes, las víctimas tratan de comprender o de justificarse. Es difícil encajar que alguien que supuestamente te quiere, o a quien tú sí que quieres, ejerza esa violencia sin razón contra ti. Como la víctima no encuentra razones, se vuelve insegura, irritable y agresiva: es la pescadilla que se muerde la cola, pues atribuye la culpa de su angustia no al maltratador, sino a su sensibilidad o a su excesiva susceptibilidad. «El agresor alimenta esta duda y se libera de su responsabilidad diciendo que está loca, depresiva, histérica o paranoica; lo característico de la agresión perversa es arrastrar al otro a la confusión, llevarlo a perder sus puntos de referencia, a no saber que es normal y que no lo es». Por eso es tan difícil de descubrir y denunciar un caso de maltrato psicológico.

En este tipo de violencia, como en todas las que se producen dentro del hogar, la solución está fuera: «Es importante que estas víctimas reciban ayuda psicológica; necesitan recomponerse y afrontar desde una situación de fortaleza la separación», aconseja la doctora Hirigoyen. ¿La separación es la solución? «Si, no existe manera de reconstruir estas relaciones: lo mejor es salir de ahí cuanto antes; a diferencia de otras formas de violencia conyugal no hay realmente enfrentamiento, pero tampoco reconciliación posible».

Una forma de prevenir este tipo de situaciones es cultivar la espontaneidad, los viajes, los amigos, la curiosidad o el desarrollo del talento, por ejemplo; estos podrían ser los mejores aliados para conseguir autonomía y no depender de otra persona emocionalmente. En este sentido aprender a estar solo y a disfrutar de la soledad es también una asignatura pendiente en la educación de los individuos.

A priori es difícil identificar a un maltratador psíquico o físico antes de que actúe; no existe un patrón determinado, ni una clase social específica, y en la mayoría de los casos el maltrato comienza cuando el agresor sabe a ciencia cierta que su pareja depende de él, bien porque tengan una gran hipoteca en común, bien porque ya tengan hijos, bien porque la dependencia emocional es muy grande; en cualquier caso, existe un nexo que impide a la víctima romper con el agresor.

Cómo actúa un agresor psicológico

TECNICAS HOSTILES: La víctima es dócil, está sometida a maniobras hostiles o degradantes hasta que al final estalla y cae enferma.

UNA RELACIÓN DE PODER: Se trata de una violencia asimétrica: uno domina al otro, generalmente a la víctima que no dispone de ningún medio a su alcance para defenderse, porque es tratada como una «cosa» que no tiene permitido expresarse frente a alguien que si sabe hacerlo. Para él las agresiones son una manera de conseguir lo único que anhela: el poder sobre la víctima.

VIOLENCIA FRÍA: Las agresiones no se producen en momentos de pelea o de crisis. La violencia está ahí, permanentemente, a todas horas y durante años, en forma de pequeños toques. No hay momentos de tregua ni de reconciliación, lo que impide a la víctima recuperarse o tomar distancia para ver clara la situación.

Cómo identificar si eres víctima de violencia psicológica

1. Si das vueltas a situaciones incomprensibles que te producen sufrimiento o malestar intenta averiguar el porqué

2. Si sufres en silencio una situación dolorosa y esperas que las cosas se soluciones por sí mismas, que tu agresor deponga espontáneamente su actitud, que alguien acuda en tu ayuda porque se de cuenta de tu situación

3. Si te sorprendes a ti mismo haciendo algo que no quieres hacer o que va en contra de tus principios o que repugna y lo haces por «amor»

4. Si te sorprendes haciendo algo que no quieres y te sientes incapaz de negarte a hacerlo, intelectualizando y justificando de mil maneras tu sometimiento

5. Si te sorprendes haciendo algo que no quieres y no puedes evitar hacerlo porque te entraría pánico, porque te aterra negarte

6. Si has llegado a la conclusión de que la situación dolorosa que sufres no tiene solución porque te lo mereces, porque te lo has buscado, porque las cosas son así y no se pueden cambiar, porque no se puede hacer nada, porque es irremediable

7. Y si te sientes fatal frente a una persona; si te produce malestar, inseguridad, miedo, emociones intensas, un apego o un afecto que no tiene justificación, una ternura que se contradice con la realidad de esa persona; si te sientes poca cosa, inútil, indefensa/o, o tonta/o delante de esa persona... ya has identificado a tu agresor.


Remedios Ramírez González

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