La emoción nunca es el idioma materno de los psicópatas. Le puedes preguntar a uno: “¿Cómo estás?”. Podría responder: “Bien” o “mal”, pero no entendería ni el significado ni la diferencia. Comiencen a tomar nota, porque están entre nosotros –según cálculos conservadores, en España hay entre medio y un millón (más o menos entre el 1 y el 2% de la población)– y, sobre todo, encima de nosotros: la prevalencia de la psicopatía, advierten los estudios más recientes, se multiplica por cinco o incluso más entre los altos cargos públicos y los dirigentes financieros. Ni empatía, ni remordimientos Aunque no existen registros sobre el número de personas que pertenecen al apparátchik político español –a algún complejo de culpa debe responder el silencio–, la clasificación nacional de ocupaciones de Estadística permite calcular que el club tiene unos 150.000 miembros. Los directores y gerentes empresariales son 60.000 según la encuesta de población activa. Redondeemos la suma de los colectivos: 200.000. De hacer caso a los epidemiólogos, al menos 8.000 son psicópatas puros y están dispuestos a ejercer su poder, cercano a la Licencia para matar de James Bond, uno de los grandes psicópatas de la cultura pop. Usted y su dolor les importan un pimiento. Dispararán con una mano sin derramar una gota del martini que sostienen con la otra. Están presentes en cualquier organización, también en los gobiernos ¿Una tropa de caníbales sedientos de sangre y mutilación como en las películas de serial killers?
Ajustemos la terminología. El psicópata es una persona que carece de remordimientos, tiene los mejores recursos para manipular a los demás y no experimenta por ellos ningún grado de empatía (la capacidad de percibir lo que otro siente). No se trata de los criminales que el cine ha convertido en héroes. Los asesinos en serie son seguramente psicópatas, pero la afirmación no es válida si invertimos los factores: los psicópatas no siempre son criminales. Los segundos, sobre todo los asesinos en serie, son una excepción social. Los primeros, no. El psicólogo estadounidense Paul Babiak trabaja en dos campos nuevos y adaptados a los tiempos: leadership development (desarrollo de liderazgo) e issues management (gestión de problemas). Es un mercenario que alquila sus servicios para que las empresas identifiquen en sus cúpulas o encuentren en el mercado laboral a buenos psicópatas corporativos, de sangre fría, inmunes al estrés y con pronunciada tendencia a la mentira. “Están presentes en cualquier organización, también en los gobiernos. Por su propia naturaleza, a los psicópatas corporativos les atraen los negocios, el dinero rápido, la ausencia de reglas. Nadie sabe cuántos hay en cada sector, pero en mi práctica los he encontrado en todos”, nos dice en una entrevista este cazador de “depredadores sociales”. Les atrae el dinero y el prestigio Babiak comparte con el padre de los estudios modernos sobre el trastorno, Robert D. Hare, el copyright y la explotación del B-Scan, un novísimo test evaluativo –disponible como aplicación para smartphones– para que las empresas midan el nivel psicopático de sus directivos y calibren los peligros y ventajas de tenerlos a bordo. El canadiense Hare, respetado pero también polémico –cobra derechos a cualquier profesional de la salud mental por el uso de la Psychopathy Check List, lista de verificación para medir el nivel de psicopatía–, opina que “allá donde se pueda obtener dinero o prestigio, habrá un psicópata bien vestido e inteligente al que le atraen estas cosas y que lo hará muy bien para conseguir sus objetivos”. El canon psiquiátrico define al psicópata –también llamado sociópata, un término más light en apariencia– como alguien incapaz de empatizar ni sentir culpa. No se queda ahí el retrato de estos seres parasitarios: tienen poderosas dotes para la manipulación personal o sexual, gran capacidad verbal, compulsiva tendencia a la mentira, egocentrismo maquiavélico y desproporcionado, propensión al aburrimiento, encanto superficial... Como dice Hare, “carecen de todas las cualidades que permiten a un ser humano vivir en armonía social”, pero gozan, añade el profesor universitario de Psiquiatría y Criminología Leopoldo Ortega-Monasterio, de “un perfil perverso y narcisista” e “incluso seductor” que viene muy bien si estás al mando. No se trata de un retrato inmejorable para ser gobernante, magnate de un imperio económico, alto directivo de un banco o CEO de una megacorporación transnacional? “El poder es ejercido en muchas ocasiones por individuos con una personalidad psicopática hiperadaptada a un sistema competitivo y desalmado”, responde Ortega-Monasterio, para quien la cifra de un millón de psicópatas en España “se queda muy corta”, porque “ninguno de ellos acudirá nunca a una consulta, dado que no se consideran enfermos”. No se considera una enfermedad mental. Desde 1992 la psicopatía no es una enfermedad mental, según la Organización Mundial de la Salud –lo que más se le parece es el trastorno antisocial de la personalidad, pero este conlleva impulsos agresivos y tendencias delictivas que los grandes psicópatas no siempre comparten–. Con un impacto equivalente al de la esquizofrenia en términos de afectados y coste social, los psicópatas se mantienen dentro de una coraza impermeable al tratamiento. Son penalmente imputables según el Código Penal, pero es difícil pillarlos, sobre todo a los más espabilados. No hablamos de alucinados que sintonizan con voces en el interior de la mente El psicólogo forense José Manuel Pozueco Romero dice que nos enfrentamos a la “pandemia de la modernidad” y tiene claro que entre nuestros líderes políticos y financieros abundan estos “locos sin delirio”, como les llamó en el siglo XIX el psiquiatra francés Philippe Pinel, el primero que definió la psicopatía. “La labia o verborrea tan falsas con que disparan sus frases más o menos ingeniosas, el encanto superficial, etcétera. ¿Cuántas veces habremos oído a ciertos políticos y demás retractarse de sus palabras molestas e hirientes [...] y después han vuelto a reincidir? ¿De verdad creen ustedes que lo sintieron?”, se pregunta. Que el destino de la humanidad depende de las decisiones frías de estos replicantes de sentimientos humanos es un nuevo campo de estudio que está empezando a desarrollar la psicología social en los últimos años. En el mercado editorial anglosajón han aparecido, desde 2011, sobrados libros académicos y divulgativos sobre el asunto. La traducción de los títulos –ya que ninguno está, al menos por ahora, editado en español– dibuja el panorama al que nos enfrentamos con trazos de un cuadro hiperrealista. En la obra Locura de primer grado: descubriendo los vínculos entre el liderazgo y la enfermedad menta, su autor, el psiquiatra estadounidense Nassir Ghaemi, realiza un perfil de algunos personajes históricos con alto grado de comportamiento psicopático, no psicótico, recuerden: no hablamos de alucinados que sintonizan con voces en el interior de la mente, sino de personas que, dice Pozueco, “actúan a plena conciencia y voluntad: saben perfectamente lo que hacen, quieren hacerlo y, además, ponen los medios necesarios para que sus propósitos o fines se vean colmados”. Abraham Lincoln, Richard Nixon, Bill Clinton, John F. Kennedy, Ariel Sharon, Madoff, Rupert Murdoch, Michael Milken –inventor de los bonos basura–..., el análisis de sus personalidades no se entiende sin el componente de la egolatría y el desentendimiento del dolor ajeno. También forma parte de la federación obscura el trío de las Azores, que en 2003 declaró una guerra sin móvil probado contra Irak que hasta el momento ha enviado al otro mundo, según quién haga el recuento de cadáveres, a entre 195.000 y 500.000 seres humanos. Los primeros ministros Tony Blair (Reino Unido), George W. Bush (Estados Unidos) y José María Aznar (España) se condujeron como psicópatas: por intereses personales y sin compasión (empatía) hacia la población civil que padecería el ataque masivo. Nassir Ghaemi opina que los líderes no actuaban con la “mente abierta”, eran “incapaces de aceptar las críticas” y se guiaban “únicamente por su propia visión”. Este “circuito cerrado nervioso”, que quizá se acreciente por una “exposición prolongada al poder”, los hizo comportarse como dioses “irresponsables, rígidos y mesiánicos”. ¿Hasta qué punto estamos en manos de psicópatas de esta calaña: sujetos incorporados socialmente pero faltos de conciencia, capaces de lo peor, de sembrar la destrucción sin pestañear, de tomar lo que desean y cuando lo desean, de vampirizar al prójimo, de utilizarlo a su antojo y, una vez exprimido, arrojarlo al cubo de los residuos orgánicos, “depredadores de su propia especie”, como los llama Hare? Las opiniones sobre la prevalencia de los psicópatas integrados, de cuello blanco o subclínicos son divergentes, pero tienen una base común: los expertos no se ponen de acuerdo en cuántos son, pero sí coinciden en que son suficientes para hacer mucho daño. Cuando se le plantea al coordinador del único estudio epidemiológico sobre la salud mental española, José María Haro, si el 5% de psicópatas entre los capos políticos y financieros es un porcentaje aproximado, el psiquiatra esquiva la respuesta directa: “Puede ser, no tengo datos. Pero es evidente que las personas con ese trastorno pueden tener un estrato socioeconómico elevado [...] Realmente no sé a ciencia cierta quién puede ser o no un psicópata, aunque hay personajes públicos que podrían responder a esa definición”. A la pregunta sobre la idoneidad de los psicópatas para alcanzar altas responsabilidades, José María Haro vuelve a echar mano de la cautela: “Puede efectivamente haber personas con esas características en los grupos que menciona”. Ortega-Monasterio, para quien la respuesta es “claramente afirmativa”, opina que “la laxitud de los valores éticos, la falta del sentido de la dignidad y el aumento de la egolatría manipuladora” entre los altos cargos es “una evidencia”. Le pregunto por un psicópata puro: “Un personaje notorio y sometido a peritaje fue Luis Roldán [exdirector de la Guardia Civil entre 1986 y 1993, durante los gobiernos que presidió Felipe González, y condenado a 31 años de cárcel por malversación, cohecho, fraude fiscal y estafa]. Padecía una hipertrofia narcisista de la personalidad y fantaseaba con su propia imagen, exaltándose sin mesura”, contesta Haro sin vacilar.
No todos los psicólogos ven en estos rasgos algo negativo. El inglés Kevin Dutton se está haciendo millonario vendiendo libros sobre la psicopatía, pero a diferencia de otros, no propone mecanismos de defensa, sino formas de aprovechar la carga depredadora que, está seguro, “todos llevamos en alguna medida bajo la piel”. En su último manual, La guía para el éxito del buen psicópata, ofrece consejos de autoayuda para que los lectores aprendan y utilicen la “ingeniería de precisión” psicopática. Firma el libro en comandita con Andy McNab, seudónimo de un miembro de las SAS, las temibles fuerzas especiales del Reino Unido para las misiones encubiertas y los trabajos sucios. Dutton considera un “perfecto psicópata” al militar, que ofrece cursos de adiestramiento para empresarios y políticos para que sean bloques de hielo en situaciones límite. Distinguimos las debilidades de los demás de una forma natural e instintiva ¿Por qué los psicópatas subclínicos –los que se las apañan para no delinquir, lo hacen en sordina o protegidos por su estatus– están tan de moda que hasta la revista oficial del FBI les dedica por entero su último número? En una entrevista por correo electrónico, que respondió íntegramente usando letras mayúsculas, Dutton dice: “¡Está claro! Porque todos ellos son despiadados, no tienen miedo, son carismáticos y fríos bajo presión. Para llegar a la cima de los negocios, infestada de tiburones, tienes que ser realmente duro y estar dispuesto al riesgo. Con los políticos el análisis es más complicado, pero sí, los estudios clínicos demuestran que los líderes de éxito están bien cargados de un subcomponente de la personalidad psicopática: no tienen ningún miedo a las consecuencias”. La estadounidense M. E. Thomas también se oculta tras un seudónimo. Debe hacerlo, porque admite francamente que es una sociópata, ha escrito un libro sobre su caso y coordina la web Sociopath World, punto de encuentro de miles de usuarios. Revela que tiene en torno a 40 años, es abogada, pertenece al tramo más alto de la clase media y saca partido a la psicopatía para “leer a los demás” y usarlos para sus fines: “A veces descubro más en una hora que los familiares en toda la vida”. Thomas le quita hierro a su condición (“No estoy loca, aunque por desgracia la gente nos odia”), pero admite que le viene bien: “Tenemos una ventaja en términos de competitividad y razonamos de otra forma: pensamos como depredadores y distinguimos las debilidades de los demás de una forma natural e instintiva”. Son también malvados ¿Somos peores los seres humanos?, ¿es la maldad más banal que nunca? El psiquiatra forense Michael Stone, creador del popular programa de televisión de Estados Unidos Most Evil (Los más malvados) opina que “muchos políticos y dirigentes de empresa padecen de problemas psicopáticos” y “algunos de ellos, más hombres que mujeres, son también malvados”. Cita el caso de Vladímir Putin, “que no tiene ninguna consideración por la gente de su país y de otros”, y deja sobre la mesa una gran y dolorosa paradoja: “La mayoría de los rusos piensa en Putin como un gran hombre y no como el malvado tirano que es”. La pregunta clave, según la opinión de los expertos, debe ser colectiva: ¿estamos construyendo un ambiente ideal para que los psicópatas tomen las riendas? Las tendencias dicen que sí. Dos estudios muy recientes alertan sobre la caída dramática de la capacidad empática de los adolescentes, que es hoy un 40% menos intensa que en el año 2000. El 60% de las niñas de 6 a 9 años de Estados Unidos usan a diario pintalabios y laca de uñas, añaden los psicólogos Jean M. Twenge y W. Keith Campbell, autores de La epidemia del narcisismo. En este libro relacionan el descenso de la empatía con los valores que promueve la sociedad, enumerando algunos: materialismo, deseo de ser único, uso del pronombre posesivo my (mío) en las direcciones de las páginas web... Dutton, el buscador del buen psicópata que “hay en todos nosotros”, dice que no debemos tomarlo a la tremenda, porque “los mismos rasgos de la personalidad que predisponen a un asesino en serie a despiezar un cadáver pueden predisponer a un cirujano a extirpar un tumor”. La psicopatía, profetiza, será “el próximo estadio de la evolución humana”.
Los escáneres cerebrales de los psicópatas son diferentes. La zona límbica, donde se gestionan las respuestas emocionales, no cambia de color como resultado de un estímulo (un recuerdo doloroso, por ejemplo). Los psicópatas son seres fríos, no procesan las emociones.
Este es su retrato robot según los psicólogos.
- Locuaces y encantadores.
- Sentido desmesurado de la autovalía y un egocentrismo maquiavélico.
- Mentirosos patológicos.
- Manipuladores.
- Sin remordimientos ni vergüenza. Insensibles, faltos de empatía.
- No les importan las consecuencias de sus actos.
- Desarrollan relaciones afectivas superficiales, pobres y poco profundas.
- Incapaces de sentir amor o compasión.
- Tienen tendencia al aburrimiento.
- Llevan un estilo de vida parasitario, aprovechándose de los demás.
- Impulsivos.
- Faltos de juicio y perspectiva.
- No aprenden de la experiencia. Irresponsables. Sexualmente promiscuos.
- Inmunes al estrés.
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