El estudio de la recuperación en personas con trastornos psicóticos ha captado el interés de los investigadores y profesionales especialmente durante los últimos años (Lee et al., 2020; Lemos-Giráldez et al., 2015). Si bien tradicionalmente la recuperación en salud mental se ha entendido como un resultado, es decir, como la eliminación de la sintomatología y el restablecimiento del estado premórbido de la persona, este concepto de recuperación (meramente clínica), aplicado al caso de las personas con trastornos psicóticos, se está sustituyendo progresivamente por el de recuperación como proceso o recuperación funcional (Jacob, 2015).
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Este nuevo punto de vista enfatiza la satisfacción vital, la esperanza y el desarrollo de una vida significativa a pesar de que la sintomatología psiquiátrica persista o reaparezca a lo largo de los años (Leamy et al., 2011). La recuperación funcional de una persona con trastorno mental significa, de esta forma, conseguir y mantener la esperanza, comprender las propias posibilidades a pesar de las limitaciones, vivir activamente, ser autónomo, tener una identidad social y dar sentido y propósito a la propia vida (Avdibegović et al., 2017). Así, el establecimiento de relaciones sociales positivas, la inclusión social, el acceso a oportunidades vocacionales, el desarrollo de las propias aspiraciones profesionales o una buena salud física son metas primordiales para desarrollar desde este enfoque, incluso por encima de la remisión clínica, especialmente en jóvenes tras un primer episodio psicótico (Álvarez-Jiménez et al., 2016; Iyer e al., 2011; Law y Morrison, 2014). Los estudios con personas con trastorno del espectro de la psicosis que han analizado la recuperación desde este nuevo prisma señalan que la recuperación no puede medirse en tasas de prevalencia, sino que se trata de un recorrido no lineal o de un proceso en espiral cuyo objetivo es que el individuo continúe creciendo y desarrollándose a lo largo de la evolución de su problema de salud mental y a través de las diferentes etapas y recaídas (Pemberton & Wainwright, 2014). De esta forma, la recuperación funcional supone un enfoque más apropiado para aplicar en el caso de un trastorno mental de larga duración al depositar el foco de atención no en la curación sino en el factor subjetivo de bienestar personal, entendiendo que una persona puede recuperarse de un trastorno mental, aunque el trastorno no haya remitido (Avdibegović et al., 2017). Este creciente interés por los procesos de recuperación en personas con psicosis ha impulsado la necesidad de conocer los factores que pueden afectar negativamente a la recuperación. Entre dichos factores, la presencia de síntomas negativos se ha identificado como un importante obstáculo que dificulta el funcionamiento laboral, familiar y social de estas personas (Austin et al, 2021; García-Álvarez et al., 2014; Gee et al., 2016; López-Navarro et al., 2018 ; Norman et al., 2018). Pero, más allá, los estudios señalan que el estigma constituye el obstáculo más significativo para alcanzar la recuperación, en la medida en que el estigma guarda una estrecha relación con la sintomatología negativa en la psicosis (Ho et al., 2018; Pyle et al., 2018; Ordónez-Camblor et al., 2021, Vass et al., 2017). Por estigma se entiende el conjunto de actitudes negativas sociales respecto a un grupo minoritario caracterizado por algún tipo de rasgo distintivo o señal que, al ser identificado, genera un estereotipo negativo en la conciencia social hacia ese grupo (Roca & Crespí, 2013). Como resultado, el individuo o colectivo que presenta dicho rasgo distintivo deja de ser considerado dentro de la normalidad y es valorado negativamente. Además, este proceso de estigmatización se puede producir tanto a nivel externo (o público) como a nivel interno, lo que se denomina autoestigmatización. En relación con las personas con trastorno mental, el estigma público corresponde a todas las reacciones sociales hacia los problemas de salud mental en términos de estereotipos, prejuicios y discriminación, de forma que es el proceso por el cual los individuos de la población general, en primer lugar, respaldan los estereotipos sociales sobre los trastornos mentales y, en segundo lugar, actúan de manera discriminatoria (Corrigan, 2004). Por su parte, el autoestigma (o estigma internalizado) se ha descrito como las propias reacciones de la persona con trastorno mental hacia sí misma o como la autoevaluación negativa que realizan las personas como resultado de ser miembros de un grupo estigmatizado (Corrigan & Watson, 2002). Las personas estigmatizadas que se enfrentan a la discriminación pública y son objeto de estereotipos negativos, a menudo están de acuerdo con estos estereotipos sociales y se los aplican a sí mismos, de forma que, en el contexto de la salud mental, el autoestigma es el proceso por el cual una persona con un trastorno mental grave pierde las identidades previas a la enfermedad y la esperanza de tener nuevas identidades (p. ej., yo como trabajador) y adopta el punto de vista estigmatizado de muchos miembros de la comunidad (p. ej., yo como peligroso, yo como incompetente ) (Corrigan & Watson, 2002). Los estudios han puesto de manifiesto que el estigma púbico hacia los problemas de salud mental está muy presente en la sociedad en general y también en los profesionales de la salud mental (Corrigan et al. 2012; Lien et al, 2021; Parcesepe y Cabassa 2014; Valery & Prouteau, 2020). Asimismo, las investigaciones muestran que las personas con trastornos mentales suelen interiorizar las ideas estigmatizantes ampliamente respaldadas por la sociedad y autoevaluarse negativamente a causa de su problema de salud mental (Ben et al., 2021; Vass et al., 2017), de tal manera que un tercio de las personas con trastorno mental grave informan de altos niveles de estigmatización (Dubreucq, Plasse y Franck, 2021). Esta estigmatización es mucho mayor hacia las personas con problemas de salud mental que hacia cualquier otro problema de salud física (Corrigan, 2004). Además, se observa un efecto específico hacia las personas con trastornos psicóticos en comparación con el resto de los trastornos mentales en términos de estigma, en el sentido que estas personas son más duramente juzgadas y, por lo tanto, son objeto de una mayor estigmatización si las comparamos con otros problemas de salud mental, como la depresión o la ansiedad (Yan et al., 2010). La estigmatización tiene graves repercusiones en la adaptación y recuperación de las personas con salud mental y en su calidad de vida (Degnan et al., 2021). Son numerosas las investigaciones que han encontrado que el estigma internalizado presenta una fuerte asociación con una peor autoestima, con un bajo sentimiento de autoeficacia, con un escaso apoyo social, con una ausencia de esperanza, con postergación de la búsqueda de tratamiento, con una mala adherencia al tratamiento y con una percepción de baja calidad de la atención recibida (Dubreucq, Plasse y Franck, 2021). A nivel clínico, la estigmatización se ha asociado con un aumento de la sintomatología depresiva y la ansiedad, entre otras complicaciones (Aukst-Margetić et al., 2014; Ordóñez-Camblor et al., 2021; Vass et al., 2017,). Asimismo, los familiares a menudo informan de un intenso sentimiento de vergüenza como resultado de la enfermedad mental de un miembro (Corrigan y Miller, 2004) y otros estudios han encontrado que el estigma es un marcador del aislamiento social, de un menor acceso a los servicios de salud y de experimentación de culpa, vergüenza o exclusión social (Byrne 2000; Kular et al., 2019; Mueser et al., 2020). En resumen, tal y como señalan Avdibegović y Hasanović (2017) el estigma y la recuperación en personas con problemas de salud mental están íntimamente interrelacionados: mientras que la recuperación da oportunidades, hace a la persona más fuerte, da propósito y sentido a su vida y conduce a la inclusión social, el estigma reduce las oportunidades, mina la autoestima y la autoeficacia, disminuye la creencia en las propias capacidades y contribuye a la exclusión social a través de la discriminación (Avdibegović et al., 2017, p. 900). Teniendo en cuenta estos datos, muchos expertos señalan que no es posible alcanzar la recuperación funcional de las personas con trastorno mental si no se contribuye a reducir el autoestigma y a erradicar las actitudes y creencias estigmatizantes presentes en la sociedad y también en los propios profesionales que trabajan en los servicios de salud mental (Dubreucq, Plasse y Franck, 2021). A este respecto, los programas de rehabilitación en salud mental y las intervenciones tempranas orientadas a la recuperación funcional y a combatir el estigma y la discriminación son fundamentales y deberían ser un componente esencial en el tratamiento de las personas con trastornos de salud mental grave (Ordónez-Camblor et al., 2021, Vass et al., 2017). Referencias: Puedes consultar las referencias pinchando aquí. |