Parece una obviedad y lo es, la autoestima se empieza a
construir en la infancia mediante los mensajes que transmiten los padres y
educadores a los niños. Estos, lo mismo que los adultos, interpretan la realidad
pero con menos recursos críticos. Para ellos el refuerzo positivo es
fundamental a la hora de modelar sus conductas. Un excesivo nivel de exigencia
genera niños inseguros o perfeccionistas que en resumidas cuentas puede ser lo
mismo y sus consecuencias nefastas.
Lo mismo que decíamos para el perfeccionismo sirve
para la potenciación de la autoestima. Si somos muy críticos, poco reforzantes
o nos centramos exclusivamente en los errores podemos dar la impresión al niño
de que todo lo hace mal o es torpe. Frases del tipo: «Puedes superarte», «Un
aprobado no es suficiente, tienes que esforzarte más», son dañinas porque el
niño entiende que no lo está haciendo bien.
Otra cuestión a tener presente es cuidar el exceso de
proteccionismo. Por supuesto que hay que proteger a los niños de los riesgos
propios de su edad para los que no están preparados y que ni tan siquiera saben
identificar; ahora bien el objetivo de la educación es hacer individuos libres
y autónomos, que sean capaces de valerse por sí mismos y afrontar las
exigencias de la vida. Experimentar los errores, hablarlos con ellos sin
dramatismos y aceptarlos como parte del hecho de existir, son un aspecto básico
en nuestra formación.
En conclusión, debemos potencial la autoaceptación. Es
decir, enseñar a los niños que la vida es una moneda con dos caras, que hay
aciertos y errores, que las cosas no siempre salen como las hemos planificado
pero que a pesar de ello seguimos siendo valiosos. No es una catástrofe
equivocarse, sino una posibilidad a asumir como quemarse con las cerillas al
encender un fuego. También debemos reforzar en el niño sus conductas positivas,
sin exageraciones, y enseñar a corregir los errores sin descalificar. Borremos
de nuestro repertorio de conductas la culpabilización.
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