Resulta obvio decir que el teléfono móvil es muy atrayente para la población en general pero en especial para los adolescentes: les proporciona un contacto fácil y rápido en sus relaciones y significa una cierta independencia de los padres; a lo que hay que añadir las funciones multimedia para las que puede ser aplicado. La sensación de independencia que experimentan los adolescentes es falsa pues los padres son los que pagan la factura y por tanto poseen la llave de la disponibilidad del teléfono.
Para este grupo de edad es un
producto tecnológico preferente sobre otros que están en el mercado, como los
reproductores de música MP3 o las consolas de video juegos. Los padres, además,
refuerzan su utilización porque tienen la idea —en alguna medida cierta— de que
pueden ejercer un control a distancia sobre la vida de los hijos. A todo esto
hay que añadir que los móviles no valen todos igual por lo que poseer uno de mayor
coste supone un estatus privilegiado, lo mismo que vestir ciertas prendas de
marca o calzar unas zapatillas deportivas caras.
Diversos investigadores sociales
han llegado a afirmar que el adolescente dota de símbolo de identidad a su
móvil. Llegando más lejos en el análisis, me atrevo a decir que muchos jóvenes
consideran al teléfono móvil como un mediador a la hora de organizar su tiempo
libre, cuando no un instrumento de ocio en sí mismo.
A continuación expongo algunos
datos sobre el uso del móvil en la población adolescente.
Para empezar diré que según un
estudio publicado en el año 2009 por Choliz y Villanueva, el 92% de los
adolescentes entre 12 y 14 años poseen un teléfono móvil, cifra que sube al 99%
superada esa edad. Hacia los 12 años ya lo tienen el 85%. Solo un 6% lo han
comprado con sus ahorros, al resto se lo han regalado y a un 29% de los encuestados
sin pedirlo. El gasto medio es de 18 euros al mes. Al día suelen hacer unas
tres llamadas, envían cuatro mensajes de texto, realizan aproximadamente unas
diez llamadas perdidas y pasan unos 30 minutos dedicados aplicados a esta tarea.
El teléfono suele estar siempre
conectado y los fines de semana su utilización se incrementa. El estudio
destaca que es una fuente de problemas dentro de las familias debido a los
límites de gasto que los adolescentes casi siempre superan, sobre todo si
poseen contrato, hecho que se produce habitualmente a partir de los 18 años.
Un detalle interesante es que si
los jóvenes pagan el teléfono con su dinero, el consumo
baja. Una tolerancia excesiva en
el gasto por parte de los progenitores supone un uso poco adaptativo del mismo.
Las chicas utilizan más el móvil
como elemento facilitador de las relaciones interpersonales; mientras que los
chicos emplean más sus variadas funciones tecnológicas. En general tanto chicos
como chicas consideran el móvil como un
instrumento placentero.
A partir de aquí surge la
discusión. Tenemos un instrumento de comunicación, muy reforzado socialmente,
que es objeto de deseo y fuente de placer por parte de una población vulnerable
como es la de los adolescentes. Si esa fuente de satisfacción sustituye a otras
propias de la edad nos encontraríamos con una dependencia y por tanto con un
riesgo de adicción; es decir, se generaría malestar al prescindir del móvil, que desaparecería con su recuperación.
De este modo se pueden observar en muchos casos clínicos síntomas propios de
los procesos adictivos: ansiedad cuando se restringe el acceso al teléfono móvil,
abandono de actividades diarias, consumo en aumento, o su empleo para satisfacer
necesidades emocionales.
¿Cuándo existiría dependencia del
teléfono móvil? Cuando el sujeto lo necesita de manera perentoria para
desarrollar con plenitud su vida cotidiana. ¿Cuándo habría adicción? Cuando el
chico o la chica cumplan uno o varios de los síntomas de malestar ya
mencionados.
Después de todo lo dicho no
estaría de más que los padres enseñaran a los niños, futuros adolescentes, que
existe vida más allá del «consumo», sea del tipo que sea. De paso sería todo un
logro que reflexionaran sobre la posibilidad de que sus hijos sean meros
imitadores de las conductas que ven en los adultos que les rodean.
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