lunes, 3 de septiembre de 2012

Abuso del teléfono movil en la adolescencia


Resulta obvio decir que el teléfono móvil es muy atrayente para la población en general pero en especial para los adolescentes: les proporciona un contacto fácil y rápido en sus relaciones y significa una cierta independencia de los padres; a lo que hay que añadir las funciones multimedia para las que puede ser aplicado. La sensación de independencia que experimentan los adolescentes es falsa pues los padres son los que pagan la factura y por tanto poseen la llave de la disponibilidad del teléfono.

Para este grupo de edad es un producto tecnológico preferente sobre otros que están en el mercado, como los reproductores de música MP3 o las consolas de video juegos. Los padres, además, refuerzan su utilización porque tienen la idea —en alguna medida cierta— de que pueden ejercer un control a distancia sobre la vida de los hijos. A todo esto hay que añadir que los móviles no valen todos igual por lo que poseer uno de mayor coste supone un estatus privilegiado, lo mismo que vestir ciertas prendas de marca o calzar unas zapatillas deportivas caras.

Diversos investigadores sociales han llegado a afirmar que el adolescente dota de símbolo de identidad a su móvil. Llegando más lejos en el análisis, me atrevo a decir que muchos jóvenes consideran al teléfono móvil como un mediador a la hora de organizar su tiempo libre, cuando no un instrumento de ocio en sí mismo.

A continuación expongo algunos datos sobre el uso del móvil en la población adolescente.

Para empezar diré que según un estudio publicado en el año 2009 por Choliz y Villanueva, el 92% de los adolescentes entre 12 y 14 años poseen un teléfono móvil, cifra que sube al 99% superada esa edad. Hacia los 12 años ya lo tienen el 85%. Solo un 6% lo han comprado con sus ahorros, al resto se lo han regalado y a un 29% de los encuestados sin pedirlo. El gasto medio es de 18 euros al mes. Al día suelen hacer unas tres llamadas, envían cuatro mensajes de texto, realizan aproximadamente unas diez llamadas perdidas y pasan unos 30 minutos dedicados aplicados a esta tarea.

El teléfono suele estar siempre conectado y los fines de semana su utilización se incrementa. El estudio destaca que es una fuente de problemas dentro de las familias debido a los límites de gasto que los adolescentes casi siempre superan, sobre todo si poseen contrato, hecho que se produce habitualmente a partir de los 18 años.

Un detalle interesante es que si los jóvenes pagan el teléfono con su dinero, el consumo
baja. Una tolerancia excesiva en el gasto por parte de los progenitores supone un uso poco adaptativo del mismo.

Las chicas utilizan más el móvil como elemento facilitador de las relaciones interpersonales; mientras que los chicos emplean más sus variadas funciones tecnológicas. En general tanto chicos como chicas consideran el  móvil como un instrumento placentero.

A partir de aquí surge la discusión. Tenemos un instrumento de comunicación, muy reforzado socialmente, que es objeto de deseo y fuente de placer por parte de una población vulnerable como es la de los adolescentes. Si esa fuente de satisfacción sustituye a otras propias de la edad nos encontraríamos con una dependencia y por tanto con un riesgo de adicción; es decir, se generaría malestar al prescindir del  móvil, que desaparecería con su recuperación. De este modo se pueden observar en muchos casos clínicos síntomas propios de los procesos adictivos: ansiedad cuando se restringe el acceso al teléfono móvil, abandono de actividades diarias, consumo en aumento, o su empleo para satisfacer necesidades emocionales.

¿Cuándo existiría dependencia del teléfono móvil? Cuando el sujeto lo necesita de manera perentoria para desarrollar con plenitud su vida cotidiana. ¿Cuándo habría adicción? Cuando el chico o la chica cumplan uno o varios de los síntomas de malestar ya mencionados.

Después de todo lo dicho no estaría de más que los padres enseñaran a los niños, futuros adolescentes, que existe vida más allá del «consumo», sea del tipo que sea. De paso sería todo un logro que reflexionaran sobre la posibilidad de que sus hijos sean meros imitadores de las conductas que ven en los adultos que les rodean.

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