miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿Qué sucede cuando nos jubilamos?



La "sociedad del bienestar" surgida tras la Segunda Guerra Mundial auguraba un futuro esperanzador para todos los ciudadanos de los países desarrollados: trabajaríamos cada vez menos y la vida se centraría en un ocio creativo. Como podemos comprobar a la luz de la última "crisis" económica la dirección de nuestro crecimiento humano no va precisamente hacia ese horizonte sino más bien al contrario: ganaremos menos y trabajaremos más. Uno de los puntos importantes del programa que nos predecían los futurólogos socialdemócratas de los años sesenta era que tras una etapa de esfuerzo laboral llegaría la jubilación liberadora, que nos compensaría con creces del esfuerzo productivo de nuestra vida anterior.

No voy a hacer un análisis sobre lo que nos espera al respecto en los años venideros, que es poco halagüeño. Me voy a centrar en la reacción que se produce de un modo generalizado ante el hecho en sí de la jubilación y que no siempre ofrece como resultado un bienestar psicológico.

Tres investigadoras de la Universidad de Girona, María Aymerich Andreu, Montserrat Planes Pedra y Maria Gras Pérez, han hecho un estudio de cuyas conclusiones se extrae que existen varias fases por las que puede pasar el jubilado. La primera, en la prejubilación, se caracterizaría por la elaboración de ilusiones sobre lo que se espera que ocurra en el cese de la actividad laboral. La segunda fase estaría definida por experiencias distintas: euforia ante el abandono de responsabilidades, continuación de manera más intensa del ocio que ya se practicaba con anterioridad y sensación de relajación, de descanso. La tercera, superada la anterior, supondría un desencanto: se constataría el incumplimiento de las expectativas imaginadas. Habría una última fase, que las autoras del estudio denominan como de reorientación, en la que el ex trabajador tendría necesariamente que aceptar la realidad de la situación y adaptarse a ella, construyendo su vida en base a sus posibilidades.

Estos estadíos evolutivos cada persona los experimenta de un modo diferente y poseen un recorrido individual de mayor o menor positividad. Teóricamente vemos el proceso de un modo lógico pero cada uno de nosotros a lo largo de los años hemos llevado un tipo de existencia que determina significativamente el afrontamiento de esta etapa que para muchos supone el fin de una vida útil. Tengamos en cuenta que básicamente no trabajamos para vivir sino que vivimos para trabajar, por lo que aunque deseemos desprendernos de esa lacra que la sociedad nos regala al nacer —el trabajo—, al desaparecer la actividad laboral es posible que carezcamos de recursos para ocupar un tiempo que ahora nos sobra. Haciendo una referencia leve al mito de la caverna de Platón, si hemos vivido durante toda nuestra vida en una cueva, mirando a una pared; si de repente nos liberan y nos empujan a abandonarla, el mundo exterior nos parecerá amenazante y extraño. Algo parecido experimentan algunos jubilados: se sienten inútiles, sin saber qué hacer con el tiempo que les sobra, dominados por la impresión de que solo les resta esperar la muerte.

El estudio que estoy citando dice en sus conclusiones finales que "entre un 10% y un 30% de los jubilados tienen dificultades para adaptarse a la nueva situación vital, experimentando una disminución en sus niveles de bienestar."

Ante esta realidad es obvio que el tema central del debate no es cuestionar la jubilación sino el proceso anterior de alienación laboral. Es decir, tendríamos que "trabajar para vivir". Somos el animal que más tiempo y energía emplea en su supervivencia. En un artículo pendiente de publicar, sobre la "crisis" hablo de que tenemos que aprovecharla para hacer cambios importantes en la forma de vivir; en este caso sucede lo mismo. El trabajo hoy por hoy, tal y como está establecido en su generalidad, es un mal necesario pero si reorganizamos nuestras prioridades, nuestra escala de valores, quizá pudiéramos asignarle una porción de la tarta de nuestra existencia, imprescindible desde luego pero no la más importante, de tal modo que el cese laboral suponga verdaderamente una liberación y una continuidad con lo más valioso de nuestras vidas que no es necesariamente el trabajo.

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