Hace diez años que diversos sectores de la medicina, así como organismos internacionales relacionados con la salud, llevan advirtiendo del problema de la obesidad infantil en nuestro país. En un estudio del año 2004 realizado por el Ministerio de Sanidad y Consumo se reflejaba lo siguiente: «el 26% de los niños y jóvenes españoles tienen sobrepeso, casi el 14% son obesos». Como consecuencia de estos datos se estableció un plan de choque para tratar de frenar el aumento de casos. Los estudios a quince años informan que los niños obesos tienen una alta probabilidad de ser obesos en la edad adulta y eso conlleva un aumento significativo de las enfermedades y los trastornos psicológicos. Un dato interesante que nos sirve para contrastar las cifras anteriores es que en este país no hace demasiado tiempo había un 5% de menores obesos.
El modelo bio-psico-social argumenta que la conducta humana es la consecuencia de la interacción de factores biológicos, psicológicos y sociales. Aplicando este modelo a la obesidad infantil es lógico considerar que son los factores sociales los que están teniendo una mayor relevancia a la hora de justificar el trastorno, es decir, los cambios culturales que se han producido en los últimos años. Hemos pasado de una nutrición equilibrada a la «comida basura». Nuestra tradicional alimentación mediterránea basada en los cereales, las legumbres, el pescado, la fruta y las verduras ha sido sustituida por alimentos de preparación rápida, ricos en grasas y azúcares; esto ha hecho la comida sabrosa y saciante pero a costa de hacernos enfermar.
Trabajar contra estos nuevos hábitos nutricionales no va a resultar fácil por la sencilla razón de que son los propios padres los que los promueven. Pongamos un ejemplo. Una parte significativa de los niños menores de catorce años acuden al colegio bien con un bollo, bien con dinero para comprarse el tentempié de media mañana, que suele estar compuesto de dulces o golosinas. Evidentemente hacer prevención sobre la obesidad es actuar directamente sobre este tipo de alimentación.
Se han hecho experimentos a este nivel con grupos de adolescentes y los resultados han sido esperanzadores. Los investigadores consiguieron que por propia iniciativa de los chicos y chicas participantes se incrementara el consumo de alimentos saludables; también aumentó la actividad física, mejoró el concepto de sí mismos y sobre todo disminuyeron conductas de riesgo que pueden desencadenar anorexia y bulimia nerviosas: vómitos, dietas restrictivas o abuso de laxantes y diuréticos.
El trabajo que se realizó estuvo fundamentado en la educación en nutrición sana, mejora de la autoestima y de la imagen corporal, desarrollo de una posición crítica a la hora de filtrar la información proveniente de los medios de comunicación y entrenamiento en habilidades sociales.
En el año 2002 el norteamericano Brownell hizo una serie de propuestas a su gobierno dirigidas a prevenir la obesidad:
1) Aumentar los recursos para que los ciudadanos puedan hacer ejercicio físico
2) Regular los anuncios de alimentos dirigidos a los niños y adolescentes
3) Prohibir la «comida basura» y los refrescos con edulcorantes en los colegios
4) Incluir en los programas educativos la nutrición
5) Facilitar la venta de frutas y verduras
6) Gravar los impuestos de los productos con baja calidad nutricional.
Es evidente que estas propuestas, se cumplan o no, están generadas por el «sentido común», algo que en el conjunto de los aspectos de nuestras vidas hemos perdido, provocando con ello la aparición de problemas nuevos propios de una sociedad opulenta, basada en el despilfarro, el consumo desmedido y la falta de espíritu crítico.
Recuperar el control de nuestra alimentación es sentar las bases para un trabajo posterior de reflexión sobre otros elementos distorsionantes de nuestra forma de vivir. Hoy puede ser un buen día para empezar a revisar lo que entra en nuestras bocas; mañana podemos continuar con lo que entra en nuestros cerebros.
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