El diccionario de la Real Academia de la Lengua define «crisis» como «una mutación importante en el desarrollo de un “proceso”, ya de orden físico, ya histórico o espiritual». Si tomamos como punto de partida esta enunciación, la actual crisis económica se ha producido porque algunos representantes del modelo económico vigente han querido ganar más y más deprisa de lo habitual sin respetar sus propias reglas del juego. Esa alteración interesada ha generado una desestabilización del proceso económico que ha afectado a una parte importante de la sociedad. Para unos ha significado ganar menos dinero; para otros, un cambio regresivo en su modo de vida.
Aunque las leyes de los países desarrollados pregonan el «derecho a la vida», a la salud, a la educación o a una vivienda digna, lo cierto es que por el simple hecho de nacer no obtenemos ningún derecho; más bien una obligación, la de «ganarnos la vida». Para tener la posibilidad de lograr alguno de esos derechos, tenemos que formarnos primero y vendernos después en el «mercado laboral». En la transacción conseguimos acceso a los bienes deseados: logramos un control ilusorio sobre el proceso. ¿Qué sucede con la crisis económica? Que somos desposeídos o podemos serlo en cualquier momento de ese control sobre los bienes en los que se asienta nuestra seguridad individual en la sociedad de consumo.
A partir de ese momento la crisis no sólo afecta a los recursos materiales sino también a la estabilidad psicológica porque se instala en nosotros la incertidumbre. No somos capaces de predecir ni tan siquiera a pequeña escala el curso de los acontecimientos, lo que hasta el momento presente ha justificado nuestra existencia. La incertidumbre nos puede conducir a altos niveles de estrés que de mantenerse en el tiempo generará desesperanza y depresión. El «ajuste económico» habrá provocado así desequilibrios en nuestra estructura psicológica.
Para evitar este proceso destructivo es imprescindible anticiparnos a los síntomas psicopatológicos citados. Habrá que intervenir en tres tiempos distintos: a corto, a medio y a largo plazo.
A corto plazo tendremos que hacer balance de nuestra situación económica personal y valorar los recursos con los que contamos: endeudamiento, ingresos directos del trabajo, ahorros, posibilidad de subsidio de desempleo y sobre todo nuestra red de apoyo social o de apoyo mutuo. Es evidente que será prioritario ajustar los gastos a los ingresos. En el caso de que los ingresos sean insuficientes es necesario intentar negociar la deuda o bien conseguir ingresos extras.
Esta parte quizá es la más asequible ─siempre y cuando equilibremos las cuentas─ porque tratamos con aspectos materiales, medibles y cuantificables. Pero hay que afrontar esos otros aspectos menos tangibles como son la frustración, el miedo al cambio, el miedo al futuro o la sensación de que nuestro puzzle vital —con tanto esfuerzo construido— se derrumba. En este punto el control del pensamiento es fundamental. El miedo va a generar ideas catastrofistas que no son «útiles» para afrontar el presente. Por ejemplo: «No tengo fuerzas para enfrentarme a la situación», «No voy a encontrar trabajo» o «Voy a perder todo lo que tengo».
Estas afirmaciones negativas no aportan soluciones al problema. Los tres pensamientos son falsos. El primero porque olvida nuestra capacidad de esfuerzo, inteligencia y creatividad, aplicada durante gran parte de nuestra vida. El segundo y el tercero predicen el futuro lo cual es otra falacia porque anticiparse al devenir excede las leyes de la ciencia y de existir tal facultad, pocas serían las personas que la poseyeran. Pensemos la situación de otra manera: «Soy una persona fuerte y valiente capaz de luchar por lo que me propongo», «Soy inteligente y sobrevivo dignamente a pesar de la crisis», «Tengo una buena calidad[cc1] de vida en la nueva situación».
Con este tipo de pensamientos recobramos la serenidad ante un presente amenazador; nos proyectamos hacia delante con entereza y de paso reforzamos nuestra autoestima.
Con los objetivos de equilibrio entre ingresos y gastos bien definidos, con el conocimiento de los recursos de que disponemos y con el pensamiento aportando ideas de fuerza y resistencia, el siguiente paso, a medio plazo, es analizar qué nos puede aportar de positivo este período de crisis: hacer cambios en nuestras vidas. Podemos dedicar más tiempo a la familia, a los hijos o a la pareja. Podemos hacer ejercicio físico, yoga o cualquier actividad que mejore la relación con nuestro cuerpo. Por supuesto hay que incidir en la recuperación de actividades pendientes que siempre nos ha apetecido hacer y hemos pospuesto indefinidamente: pintar, estudiar o escribir, por ejemplo. Dedicarnos tiempo a nosotros mismos y a los seres queridos es una buena inversión que nos hace más fuertes.
Por último, en un tercer momento, a más largo plazo, sería una buena decisión revisar nuestra filosofía de vida, la que hemos seguido hasta ahora, y preguntarnos si podríamos ser más felices menos endeudados o si podríamos vivir con menos bienes materiales. Podríamos cambiar «consumo innecesario o prescindible» por bienestar emocional. A lo mejor usar el coche lo menos posible aparte de disminuir nuestros gastos nos sirve para hacer ejercicio, hablar con las personas que nos rodean o leer más.
En resumen, prevenir el hundimiento emocional ante las consecuencias de la crisis pasa por ajustar el gasto, optimizar recursos sociales y personales, analizar aquellas actividades que pueden dar sentido a nuestra existencia sin coste económico y, por último, revisar el modelo de vida de la «sociedad de consumo» con el objetivo de elaborar otro basado en la sencillez, la austeridad, el amor y el apoyo mutuo, que nos aproxime a la felicidad.
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