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viernes, 31 de marzo de 2023

La necesidad de prevenir y abordar de forma temprana los trastornos de la alimentación

 

En los últimos años, se ha registrado a nivel mundial y, concretamente en España, un incremento de casos de trastornos de la conducta alimentaria, una tendencia que, según advierten los expertos, se ha acelerado vertiginosamente, especialmente desde el inicio de la pandemia de la COVID-19, convirtiéndose cada vez más en un problema de salud pública en todo el mundo (Wu y col., 2020; Fernández-Aranda, 2020; FUNDACIÓN ANAR, 2021).

Este tipo de trastornos se caracteriza por presentar una alteración patológica de las actitudes y comportamientos relacionados con la comida (tales como una fuerte preocupación en relación al peso, la imagen corporal y la alimentación, entre otras), destacando entre ellos principalmente, la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y el trastorno por atracón, que comprenden conductas alimentarias dañinas como la restricción de calorías o los atracones compulsivos con o sin purgas (APA, 2021; OMS, 2020; ACAB, 2021).

De acuerdo con los datos, la edad de aparición de los trastornos alimentarios se sitúa entre la adolescencia y la edad adulta y afectan con más frecuencia a las mujeres; empero, cada vez hay un mayor porcentaje de hombres que lo padecen (OMS, 2020; Wu y col., 2020; Thomas y Becker, 2021). A este respecto, según la última Encuesta Europea de Salud en España, el 2,1% de la población de 18 y más años y el 7,9% de los y las menores de 15 a 17 años tiene peso insuficiente. En todos los grupos de edad las mujeres presentan mayor porcentaje de peso insuficiente que los hombres, con mayor brecha entre las más jóvenes (INE, 2021).

Foto: John Díez Fuente: pexels Fecha descarga: 20/09/2021

Estudios recientes apuntan a una tasa de prevalencia de trastornos de la alimentación de un 4,1-4,5% entre los 12 y los 21 años, situándose la anorexia en torno al 0,3%, la bulimia en el 0,8% y el trastorno de la conducta alimentaria no especificado alrededor del 3,1% de la población femenina de esa edad (ACAB, 2021).

De forma directamente proporcional al incremento de estos problemas, también ha ido en aumento el interés social y científico por los mismos, dado que se trata de patologías caracterizadas por la gravedad de sus síntomas, su elevada resistencia al tratamiento y riesgo de recaídas, así como su alto grado de comorbilidad y mortalidad (Cartagena y Marcos, 2021).

Como se desprende de numerosas investigaciones, los trastornos de la alimentación a menudo se asocian con la depresión, la ansiedad, el consumo y/o abuso de sustancias y con trastornos de la personalidad), así como con enfermedades físicas importantes (por ej., la anorexia se relaciona significativamente con la fibromialgia, el cáncer, la anemia y la osteoporosis, y el trastorno por atracón con la diabetes, la hipertensión, el colesterol alto y los triglicéridos) y, en casos extremos, puede conllevar la muerte -siendo las causas más frecuentes el suicidio o la desnutrición- (Udo y Grilo 2019; OMS, 2020; Fairweather-Schmidt, 2020; ACAB, 2021; Dumitrascu, 2021). De hecho, estos trastornos tienen las tasas de mortalidad más altas de todos los trastornos psiquiátricos, siendo el suicidio la segunda causa de muerte por detrás de las complicaciones médicas de la enfermedad (Rodríguez-López, Rodríguez-Ortiz, y Romero-González, 2021).

En esta misma línea, los estudios muestran que factores como los intentos de suicidio y los comportamientos de autolesión no suicida se relacionan con una mayor morbilidad y peor pronóstico (Guarín y col., 2013). Este tipo de autolesiones no suicidas en el curso de un trastorno de la conducta alimentaria se vinculan en numerosas ocasiones con la insatisfacción corporal, la impulsividad, la baja autoestima y la alexitimia (Rodríguez-López y col., 2021).

Tal y como indican van Hoeken y Hoek (2020), se estima que cada año se pierden más de 3,3 millones de años de vida saludable en todo el mundo debido a los trastornos alimentarios, aumentando los años vividos con discapacidad (AVD) en la anorexia y la bulimia nerviosa. No obstante, a pesar de su carga y su prevalencia cada vez mayor, así como de la preocupación social y mediática que suponen, se cree que continúan siendo muchos los casos que no llegan a detectarse ni a consultar por ellos (Plaza, 2010; Mata y col., 2020).

En este sentido, Santomauro y col. (2021) advierten de que, en realidad, se asocian con el doble de la carga de discapacidad y son cuatro veces más comunes de lo que se estima en un principio, afirmando que la prevalencia de casos de anorexia y la bulimia nerviosa constituirían tan solo la “punta del iceberg” cuando se trata de trastornos alimentarios, obviándose el elevado porcentaje que representan los trastornos por atracón y otros trastornos alimentarios específicos. No podemos dejar de mencionar aquí el grado de angustia y la necesidad de apoyo de los cuidadores de pacientes con trastornos de la alimentación, que generalmente no se abordan en la práctica clínica, a pesar de las diversas presiones -tanto psicológicas como económicas- a las que se encuentran sometidos y del papel clave que desempeñan en el proceso de tratamiento y recuperación de los/as pacientes con trastornos alimentarios (Graap y col., 2008; Guo y col. 2020; Zeiler y col., 2021).

Pero, ¿qué factores incrementan el riesgo de aparición de los trastornos de alimentación? La autoestima es una de las variables que guarda más relación con estos trastornos, considerándose como un factor previo, predisponente, y como síntoma posterior de los mismos. Por ejemplo, las personas pueden desarrollar una baja autoestima ante los sentimientos de malestar e insatisfacción con el propio aspecto físico (Ayensa y Ramos, 2009; Mento y col. 2021). De forma específica en la adolescencia, variables como la genética, los cambios corporales en la pubertad, el sobrepeso, la obesidad, las dietas restrictivas, la depresión y la baja autoestima, la vulnerabilidad de los/as adolescentes a los ideales de delgadez, la presión social por ser delgada y la insatisfacción con la imagen corporal, pueden elevar el riesgo de desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria (Portela de Santana y col., 2012).

Foto: Cup of couple Fuente: pexels Fecha descarga: 20/09/2021

Se considera que los mensajes sociales promoviendo, cada vez más, un ideal estético de delgadez como “canon de belleza”, afectan a la satisfacción corporal de los y las adolescentes y, paralelamente, a su autoestima, influyendo en el desarrollo de estereotipos corporales y convirtiéndose en un factor de riesgo clave (Ayensa y Ramos, 2009; Behar 2010; ACAB, 2010; Rodríguez-López y col., 2021). Son múltiples los canales a través de los cuales se trasmite esta presión social para estar delgados/as: desde la publicidad y los medios de comunicación hasta las redes sociales e Internet, cuyo uso problemático es mayor entre la población de estudiantes y cuyo papel ha cobrado una especial importancia en los últimos tiempos, vinculándose con el desarrollo de los trastornos de la alimentación (Ayensa y Ramos, 2009; ACAB, 2010; Hinojo-Lucena y col., 2019; Dumitrascu, 2021).

Si bien en las redes es fácil encontrar contenidos relacionados con la bulimia y la anorexia utilizando las herramientas de búsqueda más básicas, la literatura reciente ha identificado un aumento paulatino y peligroso de páginas web que promueven y defienden la anorexia y la bulimia como un estilo de vida y que desempeñan un rol clave en la etiología de estos trastornos, especialmente entre adolescentes (ACAB, 2010; Mento y col., 2021).

Estas páginas, definidas como pro Ana y pro Mía (nombres femeninos que personifican los trastornos de Anorexia y Bulimia, respectivamente), son espacios virtuales donde los y las adolescentes intercambian ideas sobre su imagen corporal y aspecto físico, mediante un lenguaje propio (se autodenominan “princesas” y usan un diccionario propio con palabras o términos utilizados como sinónimos para pasar desapercibidos a los filtros de contenidos o posibles búsquedas que puedan cerrar sus páginas web y siglas para “engañar” filtros de control parental).

Asimismo, para distinguirse en las redes utilizan imágenes de mariposas o libélulas, o de mujeres extremadamente delgadas con coronas a modo de simbolismo de “la belleza de aspecto frágil” (ACAB, 2011; Mento y col., 2021; Lucciarini, Losada y Moscardi, 2021). Las usuarias de 13, 15 y 17 años son particularmente vulnerables a este tipo de sitios web y quienes más los visitan (Mento y col. 2021, Borzewoski y col., 2010). Uno de los peligros más graves de este tipo de espacios web está en el apartado de consejos para seguir “el estilo de vida” pro Ana y pro Mía, donde se recogen prácticas nocivas como el ejercicio compensatorio y autoinfligirse dolor (haciéndose cortes en la piel cada vez que piensan en comida para evitar así el hambre o la ansiedad por comer), desinformando de forma incontrolada, y aportando datos erróneos y falsos mitos altamente peligrosos para la salud y para un correcto desarrollo físico y emocional (ACAB, 2010; 2011; Mento y col., 2021). Entre la información que aportan, se incluye material gráfico (imágenes de cuerpos extremadamente delgados, citas, poesías, etc.) para alentar a los/as usuarios/as del sitio a continuar sus esfuerzos de alcanzar el “ideal de delgadez absoluta”, una tendencia conocida como “thinspiration”.

A pesar del alto consenso entre los expertos en considerar que estas imágenes fomentan la autolesión, su contenido actualmente no es ilegal (Borzekowski y col., 2010), por lo que reclaman un marco legal que acabe con el vacío legislativo existente en torno a estos sitios Web. En este sentido, solo Cataluña es la única Comunidad que cuenta con un Decreto Ley para sancionar la apología de estos trastornos en Internet (ACAB, 2010; DOGC, 2019).

Por otro lado, con respecto a los cuidadores y las cuidadoras, se ha observado que la emoción expresada (concepto que describe la conducta emocional en el ambiente familiar y la actitud de los cuidadores hacia un miembro de la familia con algún tipo de desorden o discapacidad), actúa como un estresor crónico: altos niveles de emoción expresada pueden provocar problemas del estado de ánimo (mayor ansiedad y depresión) y se relaciona con peor salud mental y mayor tensión entre los/as cuidadores/as, considerándose un factor clave en el mantenimiento de los trastornos de la alimentación y una variable predictiva de su pronóstico (Pérez-Pareja y col., 2014).

Todo lo anterior da cuenta del enorme impacto que suponen estos trastornos en la salud y la calidad de vida presentes y futuras de las personas afectadas, sus cuidadores y la sociedad (van Hoeken, D., & Hoek, H. W., 2020). Lamentablemente, estos problemas ya graves de por sí, se han exacerbado aún más con la irrupción de la pandemia de la COVID-19, cuyo impacto psicológico en el bienestar y la salud mental de la población en general -y, específicamente, entre aquellos/as que son más vulnerables, como las personas con un problema de salud mental-, es indudable hoy en día (Weissman, Bauer y Thomas, 2020; González-Sanguino y col. 2020; Zeiler y col., 2021; Fernando Fernández-Aranda, 2020).

En el caso de pacientes con trastornos de la conducta alimentaria, esta situación ha planteado desafíos únicos y un estrés adicional (Castellini y col., 2020; Walsh y McNicholas, 2020; Branley y col., 2020; Fernando Fernández-Aranda, 2020; APA, 2020), observándose un incremento de los síntomas que, de acuerdo con diversas investigaciones, podría ser debido a una serie de factores desencadenantes relacionados con la pandemia y las restricciones impuestas para controlar su propagación, tales como: un aumento de los niveles de ansiedad, depresión y de estrés, una reducción de la calidad de vida, un afrontamiento desadaptativo fruto de la situación -que puede derivar en un incremento de la ingesta de alimentos o a la evitación de los mismos (alimentación emocional)-, un aumento del riesgo de infección viral debido a su estado nutricional alterado (bajo peso, inmunidad deteriorada…), una sensación de falta de control personal ante la situación de pandemia, la interrupción de las rutinas diarias, un mayor aislamiento social y sentimientos de soledad, un agravamiento de las preocupaciones sobre el contagio, la salud y el estado físico, un cambio abrupto en la prestación de servicios clínicos y dificultades para acceder a la atención y al tratamiento habituales (reducción de la psicoterapia presencial), una escasa sensación de apoyo social, la sobreexposición a los medios de comunicación, un mayor tiempo dedicado a las nuevas tecnologías y a Internet y las redes sociales, o la sobrevaloración del ideal de la delgadez -basado en modelos sociales de peso e imagen corporal poco realistas surgidos durante el confinamiento– (Walsh y McNicholas, 2020; Spettigue y col., 2021; Termorshuizen, 2020; APA, 2020; Branley y col., 2020; Vázquez-Álvarez y col., 2020; Weissman, Bauer y Thomas, 2020; Haripersad, 2021; Touyz, Lacey y Hay, 2020; Rojas-Vichique, 2020; Castellini y col., 2020; Dumitrascu, 2021; Fernando Fernández-Aranda, 2020; Zeiler y col., 2021).

De forma específica, los niños, las niñas y los/as jóvenes han pasado la mayor parte de su tiempo expuestos frente a las pantallas, incrementándose durante el confinamiento el consumo de Internet y, específicamente el uso de las redes sociales (Empantallados y GAD3, 2020; CEAPA, 2021; Fundación ANAR, 2021) que, como señalábamos en párrafos anteriores, constituyen la puerta de entrada a aquellos sitios web que hacen apología de la delgadez.

El auge de los trastornos de la alimentación entre los y las menores, ha sido evidenciado por la Fundación ANAR (2021) en su último estudio, indicando un aumento muy significativo de estos trastornos como forma de autorregulación emocional y baja autoestima, así como de casos de ideas e intentos de suicidio y de autolesiones, que, a su vez se han visto acompañados de los esperados efectos de ansiedad y depresión/tristeza en el contexto de una pandemia y que, de acuerdo con los autores de este estudio, podría explicarse por una sensación de frustración generada entre los niños, las niñas y los/as adolescentes fruto de la indefensión y desesperación ante esta situación.

A este respecto, medidas como el cierre de las escuelas y/o de actividades extracurriculares, el aislamiento social, la restricción de la privacidad o el confinamiento prolongado, han podido afectar al bienestar físico y mental de los/as menores, precipitando y agravando algunos problemas mentales previos (Fernández-Aranda, et al., 2020; Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, 2021; Spettigue y col., 2021). En la misma línea, y coincidiendo con el inicio de la pandemia, se ha registrado un mayor porcentaje de ingresos entre menores por trastornos de la conducta alimentaria, principalmente por anorexia nerviosa (Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, 2021; García-Ríos y García-Ríos, 2021; Spettigue y col., 2021; Haripersad y col., 2021).

Los cuidadores, cuyo rol es fundamental en el proceso de tratamiento y recuperación de pacientes con trastornos alimentarios también se han visto afectados por la situación de pandemia, sufriendo una angustia psicológica más grave. A los sentimientos de baja autoeficacia y la percepción de alta carga en sus experiencias de cuidado, se han añadido elevados niveles de depresión, ansiedad, estrés percibido y una sensación de menor apoyo social (Anastasiadou, Medina-Pradas, Sepulveda y Treasure, 2014; Guo y col., 2020; Clark Bryan y col., 2020; Zeiler y col., 2021).

Aunque se desconoce el efecto de la COVID-19 sobre los trastornos de la conducta alimentaria, algunos expertos prevén un incremento en la gravedad de su sintomatología y en la carga de los/as cuidadores, ante las posibles dificultades para implementar el tratamiento de acuerdo con las pautas basadas en la evidencia (Vázquez-Álvarez y col., 2020; Fernández-Aranda y col. 2020, Peckmezian y Paxton, 2020).

En lo referente a este aspecto, actualmente existe una amplia variedad de tratamientos destinados a reducir la carga de los trastornos de la conducta alimentaria, muchos de los cuales incluyen un componente psicológico o de Psicoterapia (Deloitte Access Economics, 2020). En este caso, la evidencia avala la eficacia de la terapia cognitivo-conductual en la intervención de estos trastornos (Hay, Bacaltchuk, Stefano, y Kashyap, 2009; Deloitte Access Economics, 2020).

Otras terapias han demostrado también ser eficaces, como la Terapia Centrada en la Solución -por la importancia que este modelo otorga a los objetivos del cliente)- (Medina Catacora y Pinto Tapia, 2018), la psicoterapia interpersonal (Hay y col., 2009) o la terapia centrada en la compasión (terapia multimodal integrada por diversas intervenciones cognitivo-conductuales, que reduce la autocrítica y la vergüenza, aumentando la autocompasión y generando cambios positivos en la restricción alimentaria, así como en las preocupaciones por el cuerpo, el peso, la comida, y en otras conductas) (Horcajo, Quiles y Quiles, 2019; Cartagena y Marcos, 2021).

Asimismo, hay tratamientos más sencillos y de menor coste, como los manuales de autoayuda (basados en la terapia cognitivo-conductual), que pueden ser utilizados por el/la propio/a paciente o con supervisión y apoyo de un terapeuta (Hay y col., 2009; Celis Ekstrand y Roca Villanueva, 2011; Weissman y col., 2020; Couturier, 2021c).

El tratamiento ambulatorio por parte de profesionales especializados se considera el contexto más adecuado para el abordaje de los trastornos de la conducta alimentaria en jóvenes, enfatizando el rol positivo y activo de la familia, mediante la terapia basada en la familia (considerada internacionalmente como uno de los enfoques de tratamiento basados en la evidencia) (Walsh y McNicholas, 2020; Couturier y col., 2021b).

Teniendo en cuenta que la situación actual de pandemia ha impulsado la digitalización en múltiples áreas y ámbitos, algunos estudios proponen aprovechar los beneficios que ofrecen las tecnologías y adaptar la terapia familiar al formato virtual en aras de mejorar el acceso a los servicios para jóvenes con trastornos alimentarios y sus familias (Bauer y Moessner, 2013; Couturier y col., 2021a,c). En ese marco, diversas investigaciones avalan la eficacia del entrenamiento en habilidades dirigido a cuidadores de pacientes con trastornos de la alimentación - ya sea impartido en talleres o en formato online, así como mediante vídeos-, para mejorar las habilidades de resolución de problemas, la salud psicológica y la calidad de las relaciones sociales en los/as cuidadores/as, y reducir la carga, los factores de mantenimiento interpersonal como las emociones expresadas, el estrés percibido y el malestar psicológico (Zitarosa, de Zwaan, Pfeffer, y Graap, 2012; Quadflieg, Schädler, Naab, y Fichter, 2017; Dimitropoulos y col., 2019; Philipp y col., 2021).

La educación en el contexto familiar desde edades tempranas sobre un uso responsable de las nuevas tecnologías e Internet, así como en el conocimiento de los contenidos Web que promueven la anorexia y la bulimia, puede ayudar a las familias a prevenir que sus hijos e hijas accedan a los mismos (ACAB, 2010; Mento y col., 2021).

Ante el crecimiento exponencial de los trastornos alimentarios, los expertos coinciden en la necesidad de implementar políticas médicas y sanitarias adecuadas para su prevención e intervención tempranas (Wu y col., 2020), una medida que, sin duda redundaría en una notable reducción de su frecuencia y su gravedad. En este sentido, la atención a las pautas y políticas de alimentación saludable durante la adolescencia (orientadas a corregir falsas creencias sobre nutrición y brindar información sobre una conducta alimentaria correcta), así como la alfabetización mediática de los y las jóvenes (dirigida a fomentar el análisis crítico del modelo estético imperante promovido por los medios), son medidas primordiales en la prevención de estos trastornos, que pueden integrarse en contextos educativos, y resultan esenciales para prevenir la aparición de actitudes alteradas hacia la comida y reducir la influencia de los ideales estéticos corporales, aprendiendo a gestionar los mensajes mediáticos enfocados a la percepción corporal con un estilo más saludable y mejorando la percepción de la propia imagen corporal (Behar, 2010; González, Penelo, Gutiérrez, Raich, 2011; Mento y col. 2021).

Para hablarnos en profundidad sobre la situación actual en torno a este grave problema, que algunos califican de “epidemia silenciosa” (Durán y col., 2006) así como de su abordaje y los retos futuros que se plantean, Infocop ha entrevistado a Fernando Fernández-Aranda, Catedrático en Psicología en la Universidad de Barcelona, Director Científico del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) y Director de la Unidad de Trastornos Alimentarios del Hospital Universitario de Bellvitge. Asimismo, es Jefe de Grupo CIBERobn y Editor Jefe Revista Europea Trastornos de la Alimentación (European Eating Disorders Review). En los próximos días publicaremos esta interesante entrevista.  

Todas las referencias de este artículo se encuentran disponibles a través del siguiente enlace:

http://www.infocoponline.es/pdf/REFERENCIAS94.pdf

FUENTE: INFOCOP


lunes, 25 de mayo de 2020

Trastornos de la conducta alimentaria y abuso de drogas


M. Jesús Flores Fresco, M. Carmen Blanco Gandía y Marta Rodríguez-Arias Facultad de Psicología. Universidad de Valencia

La adicción a las drogas es un trastorno multifactorial que resulta de la interacción entre factores genéticos y ambientales. La conducta adictiva se caracteriza por una compulsión por la búsqueda y consumo de la droga, una pérdida de control en la ingesta, y la aparición de un estado emocional negativo cuando se impide el acceso a la sustancia. El trastorno por uso de sustancias (TUS) debe considerarse una enfermedad de carácter crónico, ya que incluso tras un proceso de desintoxicación satisfactorio y largos periodos de abstinencia, es frecuente que el adicto recaiga en el consumo. Se han estudiado numerosos factores que pueden influir en el desarrollo de la adicción, como los genéticos, la influencia de los amigos durante la adolescencia, la exposición a situaciones de estrés, la falta de apoyo social, etc. Sin embargo, prácticamente no se habían realizado estudios que evaluaran el papel de la dieta en la vulnerabilidad a desarrollar un trastorno adictivo. Desde hace unos pocos años, se han realizado una serie de estudios en modelos animales en los que se ha demostrado que el consumo de una dieta alta el azúcar o en grasa, favorece el consumo de determinadas drogas.

Nuestro grupo de investigación ha demostrado que los ratones que ingieren una dieta alta en grasa de forma intermitente (modelo de atracón) presentan un consumo mucho mas elevado de cocaína e ingieren más alcohol que aquellos que son alimentados con una dieta equilibrada. Estos atracones de comida grasa recuerdan a la típicas conductas de compulsión que son una característica fundamental del proceso adictivo. Pero ¿por qué a los animales (y también a los seres humanos) nos gusta tanto la comida rica en grasa o en azúcar?

Comer es una necesidad esencial para la supervivencia y es uno de los grandes placeres del ser humano. Desde un punto de vista evolutivo, nuestro organismo se desarrolló en un contexto caracterizado por la escasez nutricional y conseguir alimentos era un objetivo fundamental para sobrevivir. Ya que nuestro cuerpo procesa los alimentos de forma rápida, presentamos una preferencia innata por las comidas con alto contenido energético y muy calóricas, ya que en una situación de escasez supondría una reserva energética que nos ayudaría a subsistir. Estos alimentos, al igual que las drogas de abuso como la cocaína, el alcohol o la nicotina, provocan una liberación de dopamina en el sistema cerebral de recompensa, lo que explica la sensación de placer que experimentamos al consumirlas. En la sociedad actual existe tal abundancia y variedad de alimentos que esta adaptación evolutiva orientada a alimentarse por la supervivencia, se convierte en un peligro, ya que comemos no sólo por hambre, sino también por placer. En las últimas décadas se ha producido un dramático incremento en la incidencia de obesidad en los países desarrollados, siendo España un país especialmente afectado. La obesidad no sólo afecta a la población adulta, sino también a los niños, y en especial a los adolescentes.

Aunque son todavía escasos, algunos estudios realizados en nuestro país han puesto de manifiesto que los pacientes con trastorno de la conducta alimentaria (TCA) consumen, en su mayoría tres sustancias adictivas: la cafeína, el alcohol y el tabaco. Esta comorbilidad psiquiátrica complica la evaluación de ambos trastornos y su posterior tratamiento. Sin embargo, prácticamente no se han realizado estudios en poblaciones adictas a drogas que evalúen si los trastornos en la alimentación se presentan de manera más frecuente que en la población general. Por este motivo, desarrollamos un estudio en una Unidad de Conductas Adictivas de la Comunidad Valenciana que demostró una mayor presencia de TCA en la población estudiada. Los participantes que presentaban TUS obtuvieron mayores puntuaciones en todas las escalas que apuntabann a la presencia de un TCA, siendo especialmente elevadas las puntuaciones observadas en las mujeres adictas. La mayoría de los pacientes presentaban adicción al alcohol, cocaína o eran policonsumidores, observándose en todos ellos elevadas puntuaciones en la escala referidas a la impulsividad. Entre los TCA se observaron alteraciones en el apetito y la saciedad, comportamientos obsesivos, compulsivos y conductas de autodestrucción. Estos resultados son comparables a los estudios previos realizados sobre esta comorbilidad en otros países.

Estos estudios alertan en especial acerca del riesgo que se presenta en la población adolescente, en la que con frecuencia se producen conductas de ingesta excesiva de comida rápida junto a grandes cantidades de alcohol. Existe un gran número de factores explicativos de esta comorbilidad como es la pérdida de control, la sensibilidad a la recompensa (ya sea mediante la droga o la comida), la baja autoestima o la automedicación, utilizando la droga o la comida para aliviar un estado emocional negativo. Pero también se ha planteado una teoría de puerta de entrada entre el consumo de comida y el abuso de sustancias, que postula que la ingesta compulsiva de comida puede facilitar el desarrollo de otro comportamiento desadaptativo, como es el consumo de drogas. Durante un periodo en el que el cerebro es especialmente plástico, la ingesta de comida altamente reforzante puede modificar el sistema cerebral de recompensa de estos jóvenes y cambiar la forma en la que responden a las drogas, incrementándose su vulnerabilidad a la adicción.

Estos estudios indican que se debería incluir un control o cribado de TCA en la población adicta, ya que ambos trastornos pueden alterar el curso de la enfermedad y el desarrollo del tratamiento. La intervención y la prevención deberían enfocarse ya desde la adolescencia, edad crítica para la aparición de estos trastornos

El artículo completo junto con las referencias pueden consultarse en la Revista Clínica y Salud :

Flores-Fresco, M.J., Blanco. M.C., y Rodríguez-Arias, M. (2018). Alteraciones de la conducta alimentaria en pacientes con trastorno por abuso de sustancias. Clínica y Salud, 29, 3, 125-132.

M. Jesús Flores Fresco. Psicóloga Sanitaria y Forense inscrita en el Colegio Oficial de Psicólogos de la Comunidad Valenciana, Master en Investigación, Tratamiento y Patologías Asociadas de Drogodependencias, miembro del Listado Oficial de Psicólogos Forenses y especialista en drogodependencias de la Unidad de Valoración y Apoyo en Drogodependencias (UVAD) y del Centro de Día Hedra de la Fundación Adsis en Valencia.

M. Carmen Blanco Gandía. Profesora Ayudante Doctor en la Universidad de Zaragoza, Master Oficial en Investigación, Tratamiento y Patologías asociadas en Drogodependencias, miembro de la Unidad de Investigación Psicobiología de las Drogodependencias. Trayectoria científica centrada en el estudio de los factores de vulnerabilidad en el consumo de cocaína y alcohol, concretamente en la influencia de diferentes tipos de dieta durante la adolescencia.

Marta Rodríguez Arias. Catedrática de Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia. Estudia las bases neurobiológicas de la adicción a las drogas, con especial interés en el efecto del estrés social y las variables ambientales como la dieta.

FUENTE: INFOCOP

sábado, 6 de junio de 2015

Inducción de craving por comida mediante realidad virtual no inmersiva



Los trastornos de la conducta alimentaria se caracterizan por alteraciones de la ingesta que conllevan importantes cambios en el peso y/o graves perturbaciones en la relación que se establece con la comida. Como consecuencia, aparecen importantes problemas físicos y del funcionamiento psicosocial, siendo además frecuentes las recaídas. La bulimia nerviosa y el trastorno por atracón comparten la presencia de episodios recurrentes de ingesta excesiva que se experimentan con sensación de falta de control.

Según modelos basados en los principios del condicionamiento clásico, la exposición a estímulos condicionados asociados a las conductas de atracón, provoca respuestas fisiológicas y bioquímicas que se experimentan subjetivamente como un deseo intenso de comer (craving), que lleva a la ingesta excesiva de alimentos. Con la finalidad de romper estas asociaciones y extinguir la respuesta de craving se han desarrollado terapias en las que los pacientes se exponen a los alimentos que suelen ingerir durante los episodios de atracón. En estas sesiones de exposición pueden tocarlos, olerlos, manipularlos y actuar como si fueran a ingerir el alimento, pero se evita que lleven a cabo el atracón (prevención de respuesta).

Existen datos que aportan evidencia sobre la eficacia de la terapia de exposición a señales para el tratamiento de la conducta de atracón (Jansen, Broekmate y Heymans, 1992; Toro et al., 2003). Aunque los estudios publicados hasta el momento son escasos y cuentan con muestras muy pequeñas, los resultados obtenidos apuntan a importantes mejoras en la sintomatología, eliminándose o reduciéndose de manera significativa las conductas de purga y atracón, así como mejorándose el estado general del paciente.

En los estudios en que se ha empleado la terapia de exposición a señales para el tratamiento de las conductas de atracón, se ha empleado la exposición en vivo, ya fuese en consulta (Martínez Mayén et al., 2007) o en la situación real en que la persona suele llevar a cabo la conducta de atracón (Jansen et al., 1992). En aquellos casos en que la exposición en vivo se realiza en la consulta, el terapeuta debe disponer de los alimentos necesarios; además, sólo permite la exposición a estímulos descontextualizados, lo que reduce la capacidad de generalización a entornos diferentes a la consulta. Si la exposición se lleva a cabo en la situación real en que el paciente realiza las conductas de atracón, aumenta la validez ecológica de la intervención, pero se requiere que el terapeuta se desplace, con las complicaciones que ello conlleva. La alternativa más comúnmente empleada, la exposición en imaginación, también presenta ciertos inconvenientes, como la falta de control sobre lo que los participantes están imaginando y las dificultades que tienen muchas personas para visualizar con suficiente grado de realismo una situación. Existe una tercera opción entre los procedimientos de exposición que ha ido ganando terreno en los últimos años: la realidad virtual (RV).

La efectividad de los tratamientos que hacen uso de RV está directamente relacionada con el grado de presencia que es posible alcanzar con los dispositivos utilizados. La medida en que una persona se siente presente en un entorno virtual viene dada por el grado en que responde de manera similar a como lo haría en la situación real que se está simulando. Entre los factores que influyen en la sensación de presencia se encuentran la inmersión y la interacción; es por ello que habitualmente se recurre a dispositivos y procedimientos que favorezcan altos niveles de estas dos variables. El uso de tecnología altamente interactiva e inmersiva, a menudo conlleva una importante inversión económica y requiere que los profesionales adquieran una formación complementaria para su uso. Afortunadamente, el rápido avance de las tecnologías informáticas permite disponer de dispositivos cada vez más potentes pero también más económicos y de fácil utilización. Dentro de este último grupo destacan los ordenadores con pantallas estereoscópicas que hacen posible la visión tridimensional de los entornos mediante el uso de lentes polarizadas.

Este tipo de dispositivos han sido poco empleados hasta el momento en los estudios realizados sobre aplicaciones de la RV en el ámbito de la psicología clínica, probablemente debido al menor grado de inmersión que permiten alcanzar, aunque requieren una inversión económica muy reducida y pueden emplearse por cualquier persona capaz de manejar un ordenador común.

En el estudio, llevado a cabo por este equipo de investigación, se evaluó si la exposición a alimentos virtuales mediante el uso de dispositivos de coste reducido, como son los ordenadores portátiles con pantalla estereoscópica, era capaz de producir niveles de craving consistentes con el craving-rasgo y con el craving-estado en una muestra de personas sin trastornos de la conducta alimentaria. Este indicador de validez es un primer requisito para su posible utilización en programas de tratamiento basados en exposición a señales virtuales para personas con trastornos alimentarios. Se formuló la hipótesis de que las personas con mayores niveles de craving-rasgo y craving-estado serían aquellas que también mostrarían mayores deseos de comer durante la exposición a alimentos en los diferentes entornos virtuales.

Los resultados obtenidos fueron consistentes con la hipótesis de partida, lo que permitió concluir que la exposición a comida en entornos de RV no inmersiva mediante el uso de dispositivos de bajo coste y fácil uso, como son los ordenadores portátiles estereoscópicos, es un procedimiento válido para llevar a cabo tratamientos de las conductas de atracón a través técnicas de exposición a señales. La posibilidad de utilizar dispositivos de RV de bajo coste y alta facilidad de uso es una buena noticia para los profesionales que se ocupan del tratamiento de personas que presentan conductas de atracón, puesto que pueden añadir estos recursos a sus posibilidades de intervención, y llevar a cabo tratamientos de exposición a señales sin los inconvenientes de la exposición en vivo o en imaginación.

El artículo completo puede encontrarse en la Revista de Psicopatología y Psicología Clínica: 

Agliaro López, M., Ferrer García, M., Pla Sanjuanelo, J., Gutiérrez Maldonado, J. (2014). Inducción de craving por comida mediante realidad virtual no inmersiva. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 19(3), 243-251.

Referencias:
  • Jansen, A., Broekmate, J., Heymans, M. (1992). Cue exposure vs. self control in th treatment of binge eating. Behaviour Research and Therapy, 3, 235-241.
  • Martínez-Mallén, E., Castro, J., Lazaro, L., Moreno, E., Morer, A., Font, E., Julien, J., Vila, M., Toro, J. (2007). Cue exposure in the treatment of resistant adolescent bulimia nervosa. International Journal of Eating Disorders, 40, 596-601.
  • Toro, J., Cervera, M., Feliu, M.H., Garriga, N., Jou, M., Martinez, E. , Toro, E. (2003). Cue exposure in the treatment of resistant bulimia nervosa. International Journal of Eating Disorders, 34, 1-8.

Mario Agliaro López es graduado en Psicología por la Universidad de Barcelona.
Marta Ferrer García es profesora en el Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, y forma parte del Grupo de Investigación sobre Aplicaciones de la Realidad Virtual en Psicología Clínica y de la Salud (VR-PSY Lab).
Joana Pla Sanjuanelo es Máster en Psicología Clínica y de la Salud y Máster en Psicología General Sanitaria por la Universidad de Barcelona. Forma parte del Grupo de Investigación sobre Aplicaciones de la Realidad Virtual en Psicología Clínica y de la Salud (VR-PSY Lab).
José Gutiérrez Maldonado es profesor de la Universidad de Barcelona, donde coordina el laboratorio de aplicaciones de la realidad virtual en Psicología clínica y de la salud.


FUENTE: INFOCOP


domingo, 15 de marzo de 2015

En 2014 aumentaron los casos nuevos de anorexia y bulimia

En los últimos años estábamos ante una reducción paulatina de nuevos casos de anorexia y bulimia en nuestro país. Sin embargo, la Unidad de Trastornos Alimentarios del Hospital Clínico de Zaragoza, que asiste los casos de menores de edad, ha alertado de que en 2014 ha habido de nuevo un pico de casos en su servicio.

Según los datos aportados por este servicio, ya en 2013 se notó un repunte de casos, pero fue en 2014 cuando se produjo un récord histórico, con la atención de 126 casos nuevos con trastornos alimentarios. Nunca antes había habido tantos, desde que se alcanzara en el año 2000 un pico de 111 casos nuevos.

Según creen los expertos de esta Unidad, este máximo histórico podría deberse, en buena parte, al uso inadecuado de las redes sociales. Piensan que se trata de una vuelta a “cifras epidémicas”, y que hay que poner en marcha nuevas medidas y protocolos.

Estas cifras, aunque se refieren a una Comunidad Autónoma concreta, son un reflejo de los datos de nuestro país. Por lo que es necesario analizar las causas de este repunte de casos de trastornos alimentarios y tomar las medidas necesarias para volver a reducir las cifras y prevenir la aparición de este problema en los jóvenes.

Fuente: 20 Minutos / INFOCOP

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dieta y emoción: psicofisiología de la alimentación emocional

La prevención de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) se ha convertido en un imperativo en nuestra sociedad actual. El culto al cuerpo en aras de la delgadez y la belleza llevan a muchas personas a establecer objetivos de pérdida de peso no realistas, cada vez desde edades más tempranas. Las numerosas dietas de dudosa eficacia que nos ofrecen los medios de comunicación pueden conducir al desarrollo, no sólo de los bien conocidos TCA, sino también de nuevos y aún no oficiales trastornos como la bigorexia y la ortorexia. La obsesión patológica por una dieta sana contrasta con el empeoramiento de lo que denominamos como alimentación emocional.

 
La bulimia nerviosa (BN) se caracteriza por la presencia de grandes atracones de comida precedidos de un deseo irresistible por comer (craving) que, acompañados de la pérdida de control sobre la ingesta alimentaria, provocan fuertes sentimientos de culpabilidad. El ansia por la comida es una experiencia normal que nos mueve a buscar comida y a comerla finalmente, sin embargo, este estado motivacional se ha relacionado con los TCA.

Los factores que mejor explican la relación entre el ansia por la comida y la práctica de atracones son: el estado emocional negativo (p.e., la culpa) y la restricción alimentaria (p.e., dieta). El atracón puede ser utilizado por las personas con BN como un medio de distracción o alivio de sus estados de ánimo negativos (p.e., la ansiedad, la tristeza, el aburrimiento) y, a su vez, las emociones negativas pueden reducir la capacidad para mantener el control sobre la ingesta (p.e., el enfado). Las personas con BN buscan hacer dieta como un medio para evitar esos sentimientos negativos derivados tanto del consumo excesivo de comida, como de otros aspectos de su vida cotidiana (p.e., la frustración).

Las personas sin TCA que están a dieta consideran la comida como más agradable y atractiva que otro tipo de reforzadores. También se ha comprobado que en estas personas, la comida aumenta reflejos apetitivos como la salivación e incluso disminuye otros defensivos, como el reflejo motor de sobresalto (RMS) (Hawk, Baschnagel, Ashare y Epstein, 2004) y la respuesta cardiaca de defensa (RCD) (Rodríguez, Fernández, Cepeda-Benito y Vila, 2005).

La disminución de los reflejos defensivos es coherente con la hipótesis del priming motivacional (Lang, 1995), la cual predice que se observará inhibición de este tipo de reflejos cuando la persona se encuentre en un estado afectivo positivo. Por el contrario, se observará un aumento de los reflejos defensivos cuando la persona se encuentre en un estado afectivo negativo.

 
Curiosamente, los patrones de respuesta psicofisiológica en personas con BN son inversos a los de personas sin TCA en función del estado de restricción alimentaria (Drobes y cols., 2001; Mauler, Hamm, Weike y Tuschen-Caffier, 2006). Las mujeres con BN en ayuno disminuyen el RMS durante la visualización de imágenes de comida, comparadas con las mujeres con BN que comieron normalmente. Sin embargo, tras la ingesta de comida, estas mismas mujeres muestran un aumento del RMS ante las imágenes de comida.

El objetivo de nuestro estudio fue estudiar las relaciones existentes entre restricción alimentaria, emoción negativa y ansia por la comida, y su expresión fisiológica a través de la modulación emocional de dos reflejos defensivos (sobresalto motor y defensa cardiaca). Para ello, 72 mujeres con riesgo de padecer bulimia nerviosa fueron asignadas a dos grupos: 1) un grupo al que se inducía un estado de ánimo positivo, neutro o negativo mediante la presentación de imágenes agradables, neutrales y desagradables y, 2) un grupo en ayuno durante 6 horas o un grupo que comía justo antes del experimento. Se registraron la tasa cardiaca segundo-a-segundo y el electromiograma del músculo orbicular de uno de los ojos tras un estímulo auditivo.

Los resultados mostraron que las mujeres que no mantenían el ayuno, bajo un estado de ánimo negativo, aumentaban la RCD y el RMS ante las imágenes de comida. Estos datos indican que en mujeres con riesgo de padecer BN, la dieta lleva a una disminución del reflejo por estar asociada a la satisfacción de conseguir un objetivo deseado (el ayuno).

Según las teorías de la regulación emocional, la dieta tiene la función de reducir las emociones negativas provocadas por la comida. En consecuencia, las pacientes en ayuno se sienten mejor que las que han comido. Este alivio de los estados de ánimo negativos podría deberse a un mecanismo de aprendizaje por refuerzo negativo, de forma que, el ayuno prolongado proporciona una respuesta de escape por la disminución del estado de ánimo negativo asociado a la comida o a otras esferas de su vida. Por ello, era de esperar que las participantes del estudio que acababan de comer experimentaran un estado motivacional defensivo ante la comida (mayor defensa cardiaca y sobresalto motor).

En conclusión, nuestro estudio alerta sobre la necesidad de evitar hacer dieta en un momento de la vida desfavorable (p.e., estrés negativo), ya que el ansia por la comida y los estados motivacionales defensivos del organismo aumentarían y, con todo ello, la vulnerabilidad a desarrollar sintomatología bulímica y, en última instancia, la probabilidad de sufrir BN.

El artículo original en el que se basa este trabajo puede encontrarse en la revista Psicothema: Rodríguez, S., Mata, J. L, Moreno, S., Fernández, M. C., Vila, J. (2007). Mecanismos psicofisiológicos implicados en la regulación afectiva y la restricción alimentaria de mujeres con riesgo de padecer bulimia nerviosa. Psicothema, Vol. 19 (1), 30-36.




Sobre la autora:

Sonia Rodríguez Ruiz es Doctora en Psicología (con mención europea) y actualmente trabaja como profesora e investigadora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Granada.
 

FUENTE : INFOCOP

miércoles, 26 de noviembre de 2014

¿Quiénes son Ana y Mia?

Pues no, no son los nombres de dos chicas… Ana y Mia son los apelativos con los que se designan la anorexia y la bulimia para hablar de ellas “en código”. Muchas páginas personales de internet utilizan estas siglas para referirse a la anorexia o la bulimia sin citarlas explícitamente en el título (aunque luego queda muy claro). Esto tiene muchos propósitos que luego veremos pero en muchos casos se hace porque puede tener consecuencias legales el incitar comportamientos que perjudican la salud (inanición, consumo de pastillas, etc…) y en cambio utilizando estas siglas se puede hablar de Ana y de Mia como quien cuenta una historia y sin que las páginas sean tan fácilmente identificadas por aquellos que intentan cerrarlas.

Cuando hablamos de Ana y Mía nos referimos a toda web, blog, chat, comunidad, etc… creadas exclusivamente (o adicionalmente) para fomentar y homenajear el culto a la anorexia y a la bulimia. Son páginas que incitan y reglan estos comportamientos dando instrucciones específicas y consejos.

A pesar del eco mediático que han desencadenado (desde mi punto de vista no el suficiente) no se ha logrado la retirada de este tipo de páginas, que en los últimos años han experimentado un crecimiento enorme, según Optenet de hasta un 470% en 2006. Crecimiento brutal si consideramos que el crecimiento de Facebook y redes sociales tipo MySpace se situó por debajo con un 455%.

Según otro estudio realizado por la IQUA (Agencia de Qualitat de Internet) en colaboración con la ACAB (Asociación contra la anorexia y la bulimia) se ha confirmado que ha habido un aumento de los contenidos nocivos en internet asociados con los trastornos alimentarios. Según este estudio el 75% de los que visitan regularmente estas páginas son menores de edad, el 95% chicas.

Las páginas pro Ana y pro Mia son comunidades de afectados en que tratan la enfermedad como un estilo de vida, son jóvenes con un deseo común, el de adelgazar a través de estos trastornos alimentarios, a cualquier precio, incluso el de la salud. En estas páginas se intercambian trucos para perder peso, para engañar a los padres, para esconder la comida e incluso para falsificar las pruebas médicas que evidenciarían su precario estado de salud. La mayoría de prácticas son altamente peligrosas para la salud, incitan a un ayuno muy peligroso, te enseñar a provocarte el vómito después de las comidas (incluso con fotos de cómo colocar los dedos), te enseñan que medicamentos (peligrosos y con receta o incluso eliminados del mercado como la Sibutramina que se debe obtener en el mercado negro) pueden ayudarte a adelgazar (y dónde encontarlos), etc… Algunas de ellas (en menor proporción) instruyen incluso a auto-lesionarse o hacerse daño. La mayoría incitan al consumo de tabaco como parte del proceso y el uso de laxantes.

Las propias usuarias se denominan princesas o muñecas de porcelana, muchos de ellos también utilizan el término mariposas. Ana y Mía acaban siendo como una especie de diosas (o figuras imaginarias) a las que venerar y cuyos caminos seguir. Muchas veces se dirigen a ellas directamente o les escriben cartas.

Al oír todo esto nos podría parecer evidente que se prohibieran este tipo de páginas, pero la realidad es que si lo indicamos en cualquier buscador común de Internet nos saldrán páginas y páginas de blogs y foros dedicados a este tema. En los propios sitios web se difunden listas de acceso a otros blogs similares de forma que si uno fuera cerrado hubiera disponibilidad de otros.

Términos y otros contenidos

Dentro de estas webs se crea un propio código de comunicación, unas instrucciones de uso, es como entrar en un mundo diferente. Suelen utilizar términos propios que crean la sensación de pertenencia, de grupo y de aislamiento del resto (los que no son Ana y Mia). Incluso se crean trucos para reconocerse entre ellas e identificarse (brazaletes rojos o morados). Llega a haber una especie de mandamientos o juramentos entre ellas. El sentimiento de identidad que inducen es muy fuerte.

Además el lenguaje propio ayuda a pasar los filtros que se utilizan para rastrear y cerrar las páginas web que inducen a conductas peligrosas, usando su propio lenguaje las búsquedas no las encuentran. También utilizan abreviaciones o siglas de términos o expresiones en inglés.

Algunos de estos términos son:
  • Thinspo o thinspiration: Modelos a seguir o de inspiración por su figura. Modelos que están en muy bajo peso o tienen un trastorno alimentario a deducir por las imágenes (que siempre están presentes).
  • Reverse thinspo: Modelos a no seguir, imágenes de personas obesas, esta técnica funciona porque utiliza el miedo y el asco como motivación para no comer.
  • Carreras de kilos: competición dentro de los usuarios de la página para ver quién pierde más peso de forma más rápida, estando entre algunas de las instrucciones el no comer durante 15 días por ejemplo (ni siquiera “lechuga”).
  • “wannabe”: Los principiantes o que se acaban de iniciar en la “filosofía de vida” (como ellas la llaman).
  • “purgar”: vomitar.
  • “self-injury”: autolesiones.
  • Alisa: este es un término bastante novedoso, se refieren a las chicas que siguen dietas basándose en la calidad de los alimentos, con reglas muy estrictas, por ejemplo que todo sea natural, orgánico, sin preservativos, preparado de la forma adecuada (dedican mucho tiempo a esto). Casi todas evitan la carne y prefieren alimentos crudos en pequeñas cantidades. Rechazan las proteínas animales. Estas serán las webs pro Alisa. Igual que las otras webs se enfocan a anoréxicas y bulímicas, estas se dedican a ortoréxicas.
Utilizan frases que se repiten de una página a otra como: “en boca cerrada no entran quilos”,”come para vivir pero no vivas para comer”, etc…

Las propias páginas suelen venir con una advertencia inicial para los que no siguen el “estilo de vida” indicándoles que estas páginas no son lugar para ellos y que no son deseados. Logran aislar a los anoréxicos y bulímicos del entorno, haciéndoles creer que los demás están contra ellos y que los demás quieren hacerles engordar y destruir sus “propósitos”. Se crea la sensación de endogrupo (los que pertenecen) versus el exogrupo (los que no), enemistando ambos bandos. Luego estas páginas promueven el rechazo hacia todo los que no es pro- Ana o pro- Mia.

El problema de estas páginas es que incitan rituales y un “estilo de vida” muy perjudicial pero es que además lo hacen a gente joven y vulnerable que busca de esa comprensión, de ese apoyo y de ese sentimiento de pertenencia que les ofrecen, prácticamente estos sitios hacen un acompañamiento a la persona desde su inicio hasta que las conductas forman ya parte de lo que consideraríamos un trastorno de la conducta alimentaria. Muchos jóvenes no recurrirían a estas conductas o no se les ocurrirían sin que otros les dieran la información, además a estas edades los jóvenes son muy influenciables y realmente estas páginas acaban por hacer un “lavado de cerebro” en el que la vida de la persona acaba por conformarse solo de conductas “ritual” y preocupaciones por el peso que impiden ver nada más.

Aunque el origen de estos trastornos alimentarios es multicausal, asumiendo que interfieren muchos factores (biológicos, factores de vulnerabilidad y riesgo, historia vital, personalidad de la persona, factores socio-culturales, etc…) sí es cierto que estas páginas tienen mucho que ver en la difusión y asentamiento de las ideas en los jóvenes y que suponen un peso importante en la aparición del trastorno. Esto hay que entenderlo, alguien que no tiene factores de vulnerabilidad, ni rasgos anoréxicos, ni ningún problema alimentario entrará en esta web y quedará escandalizado sin que ellas surjan más efecto. El problema está en las personas con problemas de autoestima y autoimagen, necesidad de control, impulsividad, que llevan años haciendo dieta, que están disgustadas con su cuerpo, que se sienten solas y rechazadas, etc… En estos casos sí pueden ser un factor importante de desencadenamiento de los acontecimientos, acontecimientos que si bien es cierto seguramente podrían haber seguido evolucionando por si solos (no estamos diciendo que estas páginas causen de por sí trastornos alimentarios) ahora certeramente lo harán y tal vez con prácticas más nocivas y distorsiones cognitivas más severas que probablemente no hubieran aparecido por si solas.

Estas páginas son otro tipo más de presión social al que son bombardeados los jóvenes. Jóvenes que se encuentran en un momento de cambios corporales, incertidumbre y búsqueda de una identidad, una identidad que estas webs promueven.

No he enlazado ninguna web pues no pienso hacerles propaganda. Pero si encontráis alguna (no es difícil) veréis que realmente es espeluznante lo que les ocurre a estos jóvenes, el modo en el que ven la sociedad, la vida y a sí mismos. Es triste que no podamos ayudarles y que se vayan matando lentamente de esta manera. Pero el primer paso es concienciar de la existencia de lugares como estos.

Si tu o alguna persona que conoces crees que puede tener un trastorno alimentario no dudes en informarte, pero en sitios fiables, imparciales y científicos, no dejes que una enfermedad como es la anorexia o la bulimia consuma tu vida y tu energía lentamente.

FUENTE: MEDICIENCIA

lunes, 16 de diciembre de 2013

Relación entre atracones y estrategias de afrontamiento en adolescentes

Muchas personas se dan atracones de comida alguna vez. Cuando el atracón ocurre continuamente y se pierde el controlsobre la ingesta, comenzamos a hablar de un posible Trastorno de la alimentación.

Un estudio elaborado recientemente por Eduardo Fonseca-Pedrero –profesor del Departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad de la Rioja- junto a Susana Sierra-Baigrie, Serafín Lemos y Mercedes Paino -de la Universidad de Oviedo-, ha puesto de manifiesto que las conductas de atracones son frecuentes en adolescentes no clínicos y se relacionan con dificultades a la hora de manejar estrategias de afrontamiento positivas frente a situaciones de estrés, mostrando un patrón evitativo.

El estudio aparece publicado en European Eating Disorders Review (Revista británica que publica artículos relevantes en el campo de los trastornos de la alimentación) y su objetivo es determinar la tasa de atracones y examinar las relacionesentre los atracones y las estrategias de afrontamiento en adolescentes no clínicos, con el fin de comprender cuáles pueden ser los factores asociados en el desarrollo de conductas alimenticias poco saludables en jóvenes que no han desarrollado un trastorno de la alimentación, y así poder prevenir su posible aparición.

Este estudio se llevó a cabo con una muestra de 1.984 adolescentes españoles de entre 12 y 18 años pertenecientes a 10 Institutos de Secundaria del Principado de Asturias, a los que se aplicaron varios tests y escalas de medida (tanto de la conducta alimentaria como de sus estrategias de afrontamiento -término relacionado con el estrés, entendido como las estrategias para hacer frente a las demandas internas y ambientales, y los conflictos entre ellas que exceden los recursos de la persona-).

Los resultados revelan que el 6,94 por cien de los adolescentes manifiesta haberse dado un atracón en los últimos 6 meses, y el 2,22 por cien lo hace a menudo.

En relación con los hábitos alimenticios, el 11,85 por cien presenta patrones de conducta alimenticia poco saludables y el 4,75 por cien un posible trastorno de alimentación.

En cuanto al sexo, no hay diferencias estadísticamente significativas.

Por lo que se refiere a las estrategias de afrontamiento los resultados muestran que hay una relación entre evitación, afrontamiento positivo y atracones: así, los adolescentes que dijeron haber tenido atracones puntuaban alto en las dimensiones de introversión y afrontamiento evitativo, a diferencia de los que no, que utilizaban un estilo de afrontamiento positivo, centrado en el problema.

A pesar de que el estudio posee varias limitaciones (como por ejemplo, el no poder extraer relaciones causa-efecto dada su naturaleza correlacional), los resultados muestran que el afrontamiento es una variable a tener en cuenta a la hora de diseñar un programa efectivo de prevención de patologías alimenticias en adolescentes

Ayudar a los adolescentes a manejar el estrés, ofreciéndoles estrategias de afrontamiento positivo (como la confrontación y la búsqueda de soluciones y de apoyo social), es importante a la hora de prevenir malos patrones de alimentación ya que, según datos de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia, el 5 por cien de los jóvenes españoles de entre 12 y 18 años sufren algún tipo de trastorno alimentario, y el 11 por cien en la misma franja de edad, se encuentra en riesgo de padecer alguno; y en los datos de 2010 del Instituto de Nutrición y Trastornos Alimentarios de la Comunidad de Madrid, señalan que el 11 por cien de la población de jóvenes de entre 15 y 18 años escolarizados en la Comunidad de Madrid padece un trastorno de la conducta alimentaria.

Para acceder a la investigación, pinchar aquí.

FUENTE: Infocop

lunes, 26 de agosto de 2013

Integrando los programas de prevención de las alteraciones de la conducta alimentaria

Padres, profesores, psicólogos, médicos, políticos, en definitiva, la sociedad en general, se preocupan por la salud de los niños y de los jóvenes en todo lo relacionado con el peso y la adquisición de un estilo de vida saludable y, específicamente, en lo que respecta a los hábitos de alimentación y a la práctica regular de ejercicio físico.

Sin embargo, ante los alarmantes datos, tanto en cuanto a la prevalencia de obesidad y sobrepeso, como a la incidencia de los trastornos de la conducta alimentaria, surgen varios interrogantes:¿realmente las medidas que se están implantando para la prevención de este tipo de problemas de salud y para la promoción de un estilo de vida saludable son las más adecuadas? ¿Es posible que se estén enviando mensajes incongruentes? En definitiva, ¿en qué se está fallando para que las cifras de prevalencia de este tipo de problemas, lejos de disminuir, estén aumentando de manera constante?

Los denominados Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) clásicos –anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y trastorno de la conducta alimentaria no especificado (TCANE)- se han convertido en un problema de salud prioritario que afecta de manera especial a la población más joven, al presentar unas tasas de incidencia que oscilan entre el 4% y el 6,4% y entre el 0,3% y el 1% de las chicas y chicos, respectivamente, de edades comprendidas entre los 12 y los 21 años, siendo mucho más frecuentes en mujeres que en hombres (relación de 9:1), según se indica en la Guía de Práctica Clínica sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria del Ministerio de Sanidad (2009). La relevancia clínica de estas cifras viene definida por el hecho de que cualquiera de estas alteraciones se encuentra dentro de los trastornos mentales graves, definidos en cualquiera de las clasificaciones diagnósticas al uso (DSM y CIE), que impactan de manera significativa no sólo en todas las áreas de funcionamiento de la persona que lo sufre, sino también en sus familiares y en su entorno más cercano, lo cual supone un deterioro de su calidad de vida. Esta problemática es más relevante aún si se tiene en cuenta que las edades más vulnerables se corresponden con las etapas de la adolescencia y de la juventud temprana, cuando aún no se ha completado su desarrollo, ni a nivel biológico ni a nivel psicológico. La gravedad de este último dato estriba en el hecho de que los TCA tienden a cronificarse en el tiempo y a presentar una elevada comorbilidad con otras alteraciones psicológicas y con otros problemas biomédicos. Consecuentemente, aunque no se dispone de datos concretos, sin duda, el padecimiento de este tipo de trastornos supone un enorme coste para nuestro sistema sociosanitario, tal y como se indica en la Guía correspondiente del Ministerio de Sanidad (2009).

Sin embargo, la realidad también muestra la otra cara de la moneda, puesto que, en la Asamblea Mundial de la Salud celebrada en el 2004, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se refirió a la obesidad y al sobrepeso como la "nueva epidemia del siglo XXI", al tiempo que presentaba la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física y Salud (2004a). La OMS define la obesidad y el sobrepeso como una acumulación excesiva y anormal de grasas que puede ser perjudicial para la salud, y que, externamente, se manifiesta en un exceso de peso y de volumen corporal. La relevancia de este problema de salud se fundamenta en dos aspectos. Por un lado, su elevada prevalencia que, además, debido a la modificación de los estilos de vida en los países más desarrollados en cuanto a la dieta y a la actividad física, presenta una alarmante tendencia a incrementar su incidencia, principalmente en la población infantojuvenil -la OMS (2010) calcula que existen entre 35 y 43 millones de niños obesos en el mundo-. Por otro lado, la obesidad y el sobrepeso se han convertido en el quinto factor de riesgo para la salud, al aumentar la vulnerabilidad individual a padecer otros trastornos tan graves como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares, pero también se asocia con el padecimiento de problemas psicológicos y psicosociales, como baja autoestima, depresión o rechazo social, que contribuyen a mermar de manera considerable la calidad de vida de estos niños (OMS, 2010). En España, esta alteración es aún más alarmante si se tiene en cuenta que es uno de los países europeos con una mayor prevalencia de este problema de salud en la población infantojuvenil. Cifras que, según los datos publicados en la Guía de Práctica Clínica sobre la Prevención y el Tratamiento de la Obesidad Infantojuvenil del Ministerio (2009), indican que casi el 14% de los chicos de entre 2 y 24 años presentan obesidad y que algo más del 26% de las personas de dichas edades presentan sobrepeso. Todo esto se traduce, además de en importantes costes para el desarrollo vital y la calidad de vida de estos chicos, en un considerable gasto sociosanitario, al suponer el 7% del presupuesto sanitario total o, lo que es lo mismo, alrededor de 2.500 millones de euros anuales.

Estos datos, en su conjunto, muestran la necesidad de que la sociedad actual enfrente dos grandes problemas, aparentemente opuestos, que podrían situarse en los extremos de un continuo: en uno, los trastornos clásicos de la conducta alimentaria, y, en el otro, la obesidad y el sobrepeso, pasando por puntos intermedios, las denominadas alteraciones del comportamiento alimentario o problemas relacionados con el peso, como la elevada preocupación por la imagen corporal, la práctica de dietas restrictivas, la excesiva preocupación por el consumo de alimentos naturales (ortorexia), etc.

De esta manera, y en consonancia con la Estrategia de la OMS (2004a), por la que se instaba tanto a las instituciones internacionales como a los países miembros a desarrollar políticas y estrategias específicas para la reducción y la prevención de este problema de salud, basadas en la promoción de hábitos sanos de alimentación y de práctica regular de ejercicio físico, la Unión Europea se hizo eco de este dictamen, estableciéndolo como un objetivo sanitario de carácter prioritario para todos los Estados comunitarios. Por ello, en nuestro país, el Ministerio de Sanidad y Política Social, a través de la Agencia Española de Seguridad y Nutrición (AESAN), elaboró laEstrategia para la Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad – Estrategia NAOS (2005), cuyo objetivo es el de "sensibilizar a la población sobre el problema de la obesidad para la salud e impulsar iniciativas para que todos los ciudadanos y especialmente niños y jóvenes adopten hábitos de vida saludables", en cuanto a la alimentación y el ejercicio físico, a través de diferentes vías de actuación –la familia, la escuela, la comunidad, los medios de comunicación y las empresas-.

Por otro lado, la Unión Europea publicó un documento a instancias de la OMS (2004b) –Mental Health Promotion and Mental Disorder Prevention, a Policy for Europe- fruto de la Declaración de Helsinki sobre Salud Mental (2005), que suscribieron 52 países, entre ellos España, y que establecía el compromiso firme y las bases para el desarrollo de actuaciones en salud mental en Europa. Consecuentemente, el Ministerio de Sanidad y Política Social estableció la salud mental como objetivo prioritario, a través de la aprobación de la Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud (2007), determinando, más concretamente, la necesidad de desarrollar programas de prevención desde la escuela, la familia y la comunidad de cualquiera de las alteraciones de la conducta alimentaria, así como de intervención de los TCA de carácter específico para la población infantojuvenil. A este respecto, si bien es cierto que existen programas concretos de intervención en los problemas de anorexia, bulimia o los TCANE en nuestro país, no se han encontrado actuaciones sistematizadas y consensuadas para la prevención de este tipo de alteraciones desde la escuela, la familia o la comunidad. Es decir, existen diversas iniciativas desde las escuelas o las asociaciones, desarrolladas con el objetivo de prevenir la aparición de estos trastornos, pero no se han articulado en una estrategia más general, como sí se ha hecho para los problemas de la obesidad y el sobrepeso.

En consecuencia, desde una perspectiva más aplicada, puede decirse que estos problemas de salud se han abordado de manera independiente a través de la implantación de diferentes programas de prevención. Unos dirigidos a la prevención de la aparición de cualquiera de los TCA clásicos, incidiendo en que el cuerpo y el físico de los niños y adolescentes no sea el eje vertebrador de su autoconcepto y su autoestima. Otros, se han dirigido a prevenir la aparición de la obesidad y del sobrepeso, también desde estos mismos contextos, subrayando la importancia de instaurar patrones de alimentación sanos y la práctica regular de ejercicio físico para adoptar un estilo de vida saludable.

Sin embargo, la realidad es que estas intervenciones muestran unos niveles de eficacia inconsistentes, lo que puede explicarse por la gran variedad que presentan en cuanto a contenidos, metodología de trabajo, etc. Más allá de estos aspectos, y, en consonancia con los argumentos de López-Guimerà y Sánchez-Carracedo (2010), quizá el principal problema consiste en que se han desarrollado medidas de prevención de manera independiente, unas dirigidas a los TCA y otras a la obesidad y al sobrepeso. Esta estrategia de prevención ha podido suponer un efecto rebote, en el sentido de que los primeros podrían estar potenciando la obesidad y el sobrepeso, mientras que el acentuar de una manera muy extrema el desarrollo de hábitos de alimentación y la práctica de ejercicio físico puede suponer un mayor riesgo de desarrollo de anorexia o bulimia. Es decir, de alguna manera podrían estarse promoviendo mensajes contradictorios desde la familia, la escuela y la sociedad en general, puesto que, si bien se subraya la importancia de un estilo de vida saludable, la realidad es que vivimos en un mundo obsesionado con el cuerpo, la belleza y la juventud eterna. Dietas milagro, operaciones de estética, cremas y cosméticos, etc., son conceptos habituales de nuestra vida cotidiana. Todo ello lo que en realidad está promoviendo es una excesiva preocupación por la imagen corporal, convirtiéndola en el principal sustento de la propia autoestima.

Así, recientemente se ha iniciado una nueva línea de investigación consistente en programas de prevención de los TCA y de la obesidad de carácter integral, es decir, orientados a la promoción de un estilo de vida saludable en cuanto a los hábitos de alimentación y a la práctica regular de ejercicio físico, pero muy especialmente a los factores de vulnerabilidad constatados por la evidencia empírica como variables comunes a cualquiera de los denominados trastornos relacionados con el peso, como son el seguimiento de dietas restrictivas y comerciales, la interiorización de un ideal de belleza basado en la delgadez o la insatisfacción con la imagen corporal, entre otros (López-Guimerà y Sánchez-Carracedo, 2010; Raich, 2011). Según muestran los datos preliminares, estos programas no sólo son los que evidencian resultados más prometedores en cuanto a sus niveles de eficacia, sino también en cuanto a su eficiencia, puesto que suponen un importante ahorro de costes (humanos, materiales y económicos), así como presentan mayores beneficios, al dirigirse a cualquiera de los trastornos relacionados con el peso desde una óptica de amplio espectro. Programas que, para que comiencen a mostrar los resultados esperados, han de implementarse en todos los contextos en los que se desarrolla y evoluciona el niño o el adolescente, es decir, en la familia, la escuela y la comunidad. En este sentido, existen experiencias exitosas en España como las puestas en marcha por el equipo de Raich (2008), de carácter más específico, al haberse desarrollado en el ámbito escolar, y otras más globales como el Programa Thao, implantado en todo el contexto comunitario más cercano al niño y al adolescente.

Dada la relevancia de este tema, a lo largo de esta semana, Infocop Online abordará en profundidad el tema de la prevención de las alteraciones del comportamiento alimentario. Para ello, ha contado con la colaboración de importantes expertos en esta materia. Así, se comenzará con un artículo de revisión sobre los factores de riesgo asociados a los trastornos relacionados con el comportamiento alimentario, realizado por Carmen Maganto Mateo, profesora titular en la Universidad del País Vasco. A continuación, Gemma López Guimerà y David Sánchez-Carracedo, profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona, realizan una exhaustiva revisión sobre los programas de prevención de carácter integral para las alteraciones relacionadas con la alimentación y el peso. Finalmente, Infocop Online ha realizado una entrevista a Rafael Casas Esteve, psiquiatra, director científico de la Fundación Thao desde 2009 y coordinador nacional del Programa Thao-Salud Infantil, quien explicará la importancia y los beneficios de la puesta en marcha de programas de carácter comunitario para la prevención de la obesidad en la infancia, como es el caso del Programa Thao.

Para consultar las referencias bibliográficas citadas en este artículo, pinchar aquí.

FUENTE: Infocop

lunes, 19 de agosto de 2013

Factores de riesgo o vulnerabilidad asociados a los Trastornos de la conducta alimentaria

Se afirma que dichos trastornos se han convertido en una epidemia, al menos en las sociedades occidentales (Sánchez, 2009). Actualmente, los datos epidemiológicos indican que el patrón habitual de la persona que sufre un TCA es el de una mujer adolescente en un 90%-95% de casos, con una ratio hombre/mujer de 1:10, siendo más frecuente el comienzo alrededor de la adolescencia y el promedio de edad entre los 15 y los 17 años (Garandillas y Febrel, 2000). El estudio deOlesti, Piñol, Martín, De la Fuente y Riera (2008) muestra los siguientes datos de prevalencia: anorexia nerviosa, 0,9%; bulimia nerviosa, 2,9%; y trastorno de conducta alimentaria no especificado, 5,3%. Los datos nacionales presentados porAsociación Contra la Anorexia y Bulimia de La Rioja (Martínez, 2009) informan de que, en el último año, la anorexia subió del 1% al 3% de la población y la bulimia del 3% al 6%; datos alarmantes ya que coinciden con el descenso del inicio de estos trastornos a la edad de 10 años.

No hay duda de que en la pubertad/adolescencia la vulnerabilidad es más elevada, por lo que es preciso profundizar en las variables que están asociadas a dichos trastornos a fin de poder establecer medidas preventivas.

La clínica y la investigación de estos trastornos, aun siendo amplia, no arrojan datos confirmatorios sobre su etiología, aunque cada vez más estudios confirman la participación de factores genéticos y biológicos, socioculturales, familiares y de índole personal asociados a los mismos.

Factores genéticos, biológicos y/o endocrinológicos

La herencia juega un papel en la susceptibilidad para desarrollar este tipo de trastornos. Se han detectado anomalías en la neurotransmisión cerebral, así como disfunciones en el eje hipotálamo-hipofisario y gonadal. Los factores genéticos en la transmisión familiar de la anorexia están en primera línea de investigación sobre la enfermedad. A nivel endocrinológico, se han encontrado alteraciones hipotalámicas con incrementos de los niveles de serotonina; alteraciones en el eje hipotálamo-hipófisis-tiroides y alteraciones del metabolismo de los hidratos de carbono y de la prolactina, entre otras. Sin embargo, en la actualidad es necesario descubrir si dichas alteraciones son primarias o secundarias al desarrollo de la enfermedad. Respecto a la bulimia, se han observado alteraciones en los sistemas neurotransmisores relacionados con la modulación del apetito; así como se ha buscado una posible relación entre trastornos afectivos y bulimia mediante marcadores biológicos vinculados con la depresión, encontrándose similitudes en los perfiles neuroendrocrinológicos de ambos procesos (Fava et al., 1989).

Factores socioculturales

La publicidad y la rentabilidad económica de las industrias relacionadas con el moldeamiento del cuerpo (gimnasios, cirugía plástica, asesoramiento dietético, industria farmacéutica, diseños homogeneizantes de tallas, etc.) promueven una sobrevaloración de los cuerpos femeninos delgados y de los cuerpos masculinos musculosos. Para muchas mujeres, se ha consolidado la asociación de delgadez con belleza, fuerza de voluntad, control, competitividad, autoestima y éxito social, y para muchos hombres la necesidad de muscular el cuerpo a base de gimnasios, anabolizantes y otras prácticas deportivas vigorizantes (Maganto y Cruz, 2008; Williams, Germov y Young, 2007). Numerosos estudios realizados sobre factores de riesgo para el desarrollo de los TCA coinciden en que la insatisfacción de los adolescentes con su imagen y el deseo de reducir peso alcanza hasta un 50%, y que el éxito y aceptación de los iguales está vinculado a estos patrones (Dorian y Garfinkel, 2002; Storvoll, Strandbu y Wichstrom, 2005; Wiseman, Sunday y Becker, 2005).

El aumento de los problemas de la imagen corporal en adolescentes se da, por un lado, por la posibilidad de intercambio de información de manera momentánea a nivel mundial y, por otro, por el énfasis puesto por la propia sociedad en la imagen como valor social. El estudio de Bell, Lawton y Dittmar (2007) muestra que los factores sociales están estrechamente relacionados con la insatisfacción corporal, sobre todo los que promueven los medios de comunicación (televisión, Internet, revistas, cine, etc.), pues ofrecen influyentes mensajes acerca de lo aceptable o inaceptable de ciertos atributos físicos.

Los estudios recientes parecen indicar que el desarrollo de estos trastornos puede ser atribuido a varios factores: a) las diferencias de género en el patrón de educación y socialización parental -niñas educadas para poseer valores "femeninos" (orden, preocupación por el aspecto físico y cuidado de los demás) y niños educados para mantener una actitud más autónoma, autodirigida y orientada a sus logros-; b) la fragmentación de la familia tradicional; c) los cambios en los hábitos y estilos de alimentación; d) la falta de control parental en la dieta alimentaria; y e) la propia preocupación y/o antecedentes parentales en relación con estos problemas.

En el intento de entender el incremento de las tasas de la obesidad infantil (Chinn y Rona, 2001; Ogden, et al., 2006), los investigadores han subrayado el rol de las prácticas de alimentación que ejercen los padres (Birch y Fisher, 1998, Fixher y Birch, 1998; Salvi, Elmo, Nitecki, Khiczynski y Roemmich, 2011), mostrando los estudios resultados dispares entre el incremento de peso y el control parental. Parece que un control manifiesto (prohibitivo) incrementa el deseo de comer lo restringido y, por tanto, no reduce el peso de niños y púberes, mientras que un control encubierto (no teniendo en el hogar alimentos basura o snacks no saludables) reduce el sobrepeso (SP) y la obesidad (OB). En la actualidad, la disponibilidad de comida rápida y snacks no saludables por parte de los niños dificulta las tareas de control parental en las dietas familiares. No es saludable, como se verá más adelante, insistir en la imagen corporal o el peso en el intento de reducir el SP y la OB y las recomendaciones frente a ello desaconsejan dietas restrictivas en la infancia.

Las últimas cifras sobre la prevalencia de SP y OB en la infancia, ofrecidas por la Fundación Thao Salud Infantil (Estévez-Santiago et al., 2010), no dejan de ser preocupantes (11,2% de SP y un 9,3% de OB). Son varios los estudios que insisten en el factor protector de la familia respecto a la ingesta saludable en niños y el mejor control del SP y la OB, recomendando que los niños y las niñas realicen comidas regulares con la presencia de la familia.

Las relaciones familiares basadas en la recompensa emocional por una docilidad extrema conllevan, en la época de la adolescencia, la rebeldía silenciosa del oposicionismo alimentario, con graves consecuencias, especialmente en mujeres. Todos estos datos de índole familiar son factores de riesgo de problemas relacionados con diferentes expresiones de la ingesta alimentaria (Hurley, Cross y Hughes, 2011).

Factores psicológicos

Repetidos estudios dan fe de que los factores asociados a dichos problemas son: la insatisfacción y distorsión de la imagen corporal, los índices de masa corporal (IMC) extremos, el uso y abuso de dietas injustificadas, la depresión y la ansiedad.

Imagen corporal

En la pubertad/adolescencia, una excesiva preocupación por el aspecto físico y una sobrevaloración del cuerpo afectan a ambos sexos. La distorsión por infra o sobre-estimación corporal y la insatisfacción con la propia imagen pueden dar lugar a problemas emocionales vinculados con la alimentación (Cruz y Maganto, 2002; 2003; Maganto y Cruz, 2002; Maganto, Cruz y Etxebarria, 2003; Markham, Thompson y Bowling, 2005), confirmándose igualmente la correlación positiva entre la insatisfacción corporal y los trastornos de la conducta alimentaria (Berg, Frazier y Sherr, 2009). La persona se niega a mantener su peso corporal dentro de los parámetros considerados normales para su edad y altura, pues tiene distorsionada su figura corporal. Las personas se ven gruesas, a pesar de que su peso se encuentra muy por debajo de los límites saludables y, por ello, tienden a perturbarse constantemente haciendo dieta (Gómez, García y Corral, 2009; Quintanilla et al., 2008). Está demostrado que la relación entre disfunción alimentaria y alteración de la imagen corporal es unidireccional, y que son las alteraciones de la imagen corporal las que contribuyen a que se desencadene un trastorno alimentario y no a la inversa. El rango de edad más crítico se corresponde con el período de entre los 13 y los 19 años, aunque ha ido ampliándose el intervalo de inicio (Maganto y Cruz, 2008). Curiosamente, en una reunión de niños en preparación para la primera comunión, abordando el tema de cómo irían vestidos ese día, me sorprendió descubrir que varias niñas estaban haciendo "régimen para el traje", porque ese día querían estar delgadas y más guapas y estar como "princesas". En muchos casos, sus madres se habían propuesto una dieta para estar, "ese día", también más guapas. Cuando, en la infancia, el criterio de dieta es la imagen corporal, no pueden sorprendernos la presencia de conductas alimentarias no saludables de las y los adolescentes ante una imagen corporal que no les satisface.

Hay adolescentes con una insatisfacción importante con relación a su imagen corporal al distar sobremanera del modelo social propuesto. El consiguiente deseo de imitar y asemejarse a este modelo parece que está favoreciendo el incremento de la patología del trastorno de la imagen corporal. Las investigaciones indican que una percepción distorsionada de la imagen del propio cuerpo, vinculada a una insatisfacción corporal, está en la base de estos trastornos. La revisión de los problemas de imagen corporal en adolescentes (Cruz y Maganto, 2002; Maganto y Cruz, 2002; Kortabarria y Maganto, 2010), confirma la creciente incidencia de este problema en población adolescente, así como las variables vinculadas a esta problemática: errores alimenticios y dietas tempranas, dificultad para expresar las emociones, ignorancia sobre la gravedad de los trastornos alimenticios y desconocimiento sobre dónde acudir en caso de iniciarse dichos problemas. Relacionado con este problema, está el índice de masa corporal, es decir, el peso real que una persona tiene, tal y como veremos seguidamente.

Índice de masa corporal: infrapeso y obesidad

También ha confirmado la investigación que la satisfacción corporal está relacionada con el índice de masa corporal (IMC). Las personas más obesas presentan más insatisfacción corporal que las menos obesas (Carta, Zappa, Garghentini y Caslini, 2008; Shin y Shin, 2008). No obstante, otros estudios confirman parcialmente estos resultados (Cruz y Maganto, 2003; Maganto y Cruz, 2008; Presnell, Pells, Stout y Mutante, 2008), ya que se ha encontrado mayor nivel de insatisfacción en las chicas independientemente del IMC, pero también se corrobora que a mayor IMC, mayor insatisfacción.

Aunque la relación entre distorsión de la imagen corporal e IMC es evidente, difiere el sentido de la relación entre varones y mujeres. Los chicos de bajo índice de masa corporal tienden a verse más gruesos de lo que están, y viceversa, los más obesos tienden a distorsionar su imagen y se perciben con un IMC inferior al que poseen, como respuesta a la deseabilidad social. Sin embargo, las chicas de mayor índice de masa corporal, las chicas con SP o con OB, reconocen su sobrepeso y no todas cambian a una ingesta más adecuada, mientras que las que tienen infrapeso, es decir un índice de delgadez por debajo de lo normal, son las que más distorsionan su imagen viéndose con un IMC superior al que les corresponde y, por tanto, con deseos de bajar peso. En síntesis, la razón por la que las mujeres no se encuentran satisfechas con su peso es porque quieren estar más delgadas, incluso las de menor IMC, cosa que no ocurre en los chicos. Por consiguiente, de la mano de la insatisfacción y la distorsión de la imagen corporal está el patrón alimentario (Maganto y Cruz, 2008).

El constatado aumento del SP y de la OB es evidente en las sociedades industrializadas. Los últimos cálculos de la OMS indican que, en 2005, había en todo el mundo aproximadamente 1.600 millones de adultos mayores de 15 años con sobrepeso y al menos 400 millones de adultos obesos. Esta misma institución calcula que, en 2015, habrá aproximadamente 2.300 millones de adultos con sobrepeso y más de 700 millones con obesidad. En España, en los últimos 15 años, se ha triplicado el número de niños con sobrepeso. Actualmente, en nuestro país, el 16,1% (un 11% más que hace cinco años) de los menores de entre 6 y 12 años es obeso, situándonos en el cuarto puesto de los Estados de la Unión Europea con mayor número de niños con obesidad.

Este problema ha sido considerado propio de países con alto nivel de vida. Sin embargo, los datos constatan que los países con medio e inclusive bajo nivel de vida están sufriendo un rápido aumento de enfermedades crónicas como el sobrepeso y la obesidad, sobre todo, en el medio urbano. No es raro encontrar la coexistencia, en un mismo país y en un mismo hogar, de la subnutrición y la obesidad, lo que genera una morbilidad múltiple.

Algunos ejemplos que nos advierten de los factores que inciden en este problema son la combinación de un consumo excesivo de nutrientes y el estilo de vida sedentario (Bleich, Cutler, Murray y Adams, 2007). Además, es incuestionable el papel que juega el márketing en la alimentación. El aumento de anuncios televisivos y de propagandas dirigidas a niños sobre dulces y comida rápida ha permitido constatar que a mayor exposición a dichos anuncios, mayor incremento de consumo de comidas rápidas y de dulces. El mayor consumo diario de alimentos congelados densos en calorías que se cocinan en el cómodo horno microondas, así como el fomento de aperitivos snacks para quitar el hambre, está incidiendo en el aumento del SP y de la OB en la población en general (Wansink y Huckabee, 2006). Desde 1980, los restaurantes de comida rápida han visto un crecimiento dramático en términos del número de ventas y de consumidores atendidos. Comidas a bajo costo y una intensa competencia por una porción del mercado han conducido a un incremento en el tamaño de las porciones (López, 2004). Por ejemplo, las porciones de las patatas fritas de McDonald´s aumentaron desde las 200 calorías en 1960, hasta más de 600 calorías hoy en día.

En el año 2007, en el Reino Unido, el informe realizado por Derek Wanless para la Fundación del Rey advirtió que, a menos que se tomen medidas políticas, la obesidad tendrá la capacidad para paralizar el Servicio Nacional de Salud desde el punto de vista financiero (Wanless, Appleby, Harrison y Patel, 2007).

Dieta

La relación entre alimentación, obesidad y TCA ha sido repetidamente investigada. La contradicción de la sociedad que, por un lado, propicia la obesidad y, por otro, el ideal de la delgadez incide en estos trastornos. El seguimiento de dietas de adelgazamiento es la conducta alimentaria desajustada más frecuente, siendo las mujeres las que recurren a esta conducta en mayor medida (Acosta y Gómez, 2003; Acosta et al., 2006). Cuanto más rígido es el intento de perder peso, mayor es la probabilidad de perder el control y de acabar comiendo más de la cuenta y, a su vez, mayor es la probabilidad de padecer un trastorno de la conducta alimentaria (Polivy, Coleman y Herman, 2005; Hill, 2007).

Las razones para iniciar una dieta son similares en función del género (Maganto, Garaigordobil y Maganto, 2010; Ramos, Rivera y Moreno, 2010), demostrándose que no se inicia una dieta porque sea saludablemente necesario bajar peso, sino por la percepción distorsionada del cuerpo. Sin embargo, en los adolescentes se demuestra que el patrón alimentario de las personas obesas es más inadecuado que el de las normales o el de las de bajo peso. Las personas obesas hacen un uso repetido e inadecuado de dietas y abandonan, frecuentemente, las mismas, quedando demostrada la relación entre alimentación, imagen corporal y TCA (Johnson y Wardle, 2005; Kortabarria, Maganto, Iriondo y Macias, 2010).

El patrón alimentario de la persona con anorexia es restrictivo, siguiendo, progresivamente, dietas cada vez más hipocalóricas. Comienzan a reducir lo que de motu propio o culturalmente consideran alimentos "que engordan", rechazan las grasas y los hidratos de carbono. La progresiva restricción alimentaria despierta la alarma de la familia. La paciente intenta mantener oculta la conducta de rechazo a la comida, utilizando diferentes subterfugios, dice que no tiene apetito, o que ya ha comido a otras horas. En realidad, malcome a solas, tira la comida, la esconde o, simplemente, se enfrenta a la familia manteniendo de modo terco su escasa ingesta (Calvo, 2002; Toro, 2004).

También altera las formas de comer. Las chicas con anorexia, que, por lo general, son ordenadas pulcras y educadas, parecen olvidar las normas sociales relativas a la mesa, utilizando las manos, comen lentamente, sacan la comida de la boca para depositarla en el plato, la escupen, la desmenuzan y terminan estropeando los alimentos. Al final, la cantidad de comida rechazada es superior a la ingerida, aunque la persona con anorexia no aceptará esta observación y para ella habrá sido una comida muy copiosa. Con la restricción alimentaria, se provoca estreñimiento, y, por ello, se hace habitual el uso y abuso de los laxantes, que cumple dos objetivos, por un lado, combatir el estreñimiento, aunque en realidad su uso lo potencia, y, por otro, vaciar lo antes posible el aparato digestivo para pesar cada vez menos y sentirse más ligeras.

El patrón alimentario de la persona con bulimia se define, por un lado, por la presencia de atracones recurrentes y, por otro, por las conductas compensatorias inapropiadas, como pueden ser, el uso de laxantes y de diuréticos, la provocación del vómito, el ayuno, etc. También las chicas con bulimia desean estar más delgadas y, lógicamente, tienen problemas de imagen corporal, distorsionando la percepción de su cuerpo, aunque en muchas ocasiones, cuando manifiestan estar por encima de su peso, tienen razón (Moreno, Rodríguez-Ruiz y Fernández-Santaella, 2009). Sin embargo, al contrario que en la anorexia, en la bulimia parece que se tiene mayor conciencia de enfermedad y, aunque intentan mantener los síntomas ocultos por vergüenza y se niegan a ser tratadas, en el fondo piensan que sus conductas no son normales. Vomitar está socialmente mucho peor visto que no comer y tiene unas connotaciones de falta de control y dejadez sobre sí mismas, que son inaceptables para el entorno. Esto la persona con bulimia lo sabe, entre otras razones, porque ella misma lo siente también así. Además, cuando vomitan, a menudo, lo perciben como un descontrol total.

Cuando presentan sobrepeso a causa de una ingesta excesiva que las conductas de purga no pueden reducir, el temor a llegar a ser obesas y la percepción de su cuerpo no son suficientes para reducir los atracones. La solución creen encontrarla en los periodos intermitentes de dieta restrictiva. Normalmente, se plantean, no una dieta normal, sino compaginar atracones y conductas purgativas, lo que hace que se agudice más el trastorno, sobre todo, si no consiguen perder peso (Szydlo y Woolston, 2006).

Depresión

El trastorno depresivo es el más común en la anorexia y la bulimia nerviosa (Needham y Crosnor, 2005). En adolescentes, la relación TCA-depresión está mediada por la insatisfacción corporal y, ésta, a su vez, por el IMC. En el estudio de De Sousa (2008), se observó que a mayor puntuación en IMC o en la percepción de estar obesos, se daban puntuaciones más elevadas en depresión. Santos, Richards y Bleckley (2007) y Downs, DiNallo, Savage y Davison (2007) demuestran que cuanto mayor es el IMC mayor insatisfacción corporal y, consecuentemente, mayor depresión. Pudiera ser que la insatisfacción corporal y el IMC fueran variables predictoras de la depresión en adolescentes. En el estudio de Fennig yHadas (2010) y en el de Cahill y Mussab (2007), se ratifica que, a mayor depresión, más elevadas son la puntuaciones en TCA, ya que hay una alta correlación positiva entre la depresión y los trastornos de la conducta alimentaria.

Ansiedad

Estudios recientes en pacientes con TCA (Spindler y Milos, 2007) indican que la comorbilidad ansiosa está intensamente relacionada con los síntomas que definen a los trastornos alimentarios, como la realización de dietas erróneas, las preocupaciones en torno al peso y a la imagen corporal, los atracones alimentarios y las purgas. Bardone-Cone et al.(2010) explican en su estudio que, cuanto más elevada es la puntuación en la obsesión por la delgadez, bulimia e insatisfacción corporal, también es mayor la ansiedad y la depresión de los participantes. Existen datos suficientes que muestran que éstos son un factor de riesgo en el desarrollo y mantenimiento de los trastornos de la conducta alimentaria (Jacobi et al., 2004). También la ansiedad está a su vez relacionada con el IMC, encontrándose que la ansiedad y la depresión son significativamente mayores en mujeres que tienen bajo peso (IMC < 18), que en las mujeres que tienen sobrepeso (IMC entre 25 y 30) u obesidad (IMC > 30). Comparando los varones y mujeres obesos con los que tienen un índice de masa corporal normal, los obesos son más propensos a sufrir ansiedad y depresión que los que tienen un índice de masa corporal normal (Zhao et al., 2009).

Tras la revisión precedente podemos afirmar que la presencia de una serie de variables relacionadas entre sí propicia el desarrollo y mantenimiento de trastornos de la conducta alimentaria, siendo la edad un factor decisivo para concluir cuál de ellas tiene más peso en la etiología o mantenimiento de los mismos. Entre púberes/adolescentes, la distorsión de la imagen corporal, el inicio precoz de dietas, los extremos en el IMC, junto a la ansiedad y depresión, están en la base de dichos trastornos.

FUENTE: Infocop