lunes, 28 de septiembre de 2015

“En las escuelas aprenden que aprender es un dolor”

                       David Fernández
Los niños y niñas de primaria y primera etapa de secundaria, entre seis y 14 años, pasan más de 9.500 horas en clase –un año y un mes– para completar esos ciclos escolares. En abril de 2014, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Eco­nómicos (OCDE) publicaba un informe, con datos de 2011 –dentro de la serie de boletines Education Indi­cators in Focus–, en el que el Estado español aparece en cuarto lugar como el país que más horas lectivas tiene, por detrás de Holanda, Irlanda y Australia. Esto, sumado a que es uno de los países con mayor periodo vacacional, hace que las jornadas escolares sean muy intensas con respecto a la mayor parte de los países de esta organización, que agrupa a 34 Estados.
Las más de 950 horas anuales en las que se de­sarrollan estas fases educativas en el Es­ta­do español ocupan 37 semanas. En el otro lado de la balanza, Fin­landia, cuyo sistema educativo es una referencia –y no sólo porque esté en primer lugar en el ranking del Programa Internacional para la Eva­luación de Estudiantes (PISA)–, tiene una semana lectiva más, pero sólo 650 horas de clase cada año. Otro dato apunta a que las diferencias no son presupuestarias.
En las escuelas, los niños y las niñas "aprenden que aprender es un dolor", dice Leticia Esteban
El Ministerio de Educación, con prudencia a falta de estudios rigurosos que apoyen su postura, hace en el Panorama de la educación de 2013, que elInstituto Nacional de Evaluación Educativapublica cada año a partir de los indicadores de la OCDE, una valoración positiva sobre el dato que le sitúa como uno de los países con mayor número de horas lectivas, apoyándose en un estudio empírico realizado por el economista de la educación Victor Lavy, que relaciona resultados y logros académicos con financiación educativa.
Una de las conclusiones que saca Lavy es la relación causal entre horas de instrucción y rendimiento de los alumnos. Pese a ello, en el informe, el Ministerio de Educación refleja que el gasto anual público y privado por alumno en instituciones educativas –en este caso de primaria, secundaria y terciaria (o superior)– es del 30% con respecto al PIB, por encima de la media de la OCDE, de Finlandia (que destina el 28,2%) y de países del entorno como Francia o Italia, con mejores resultados en el Estado español en el criticado informe PISA. Informe criticado por Soy Pú­bli­ca, que denuncia que la obsesión con los exámenes “se ha convertido en un nuevo nicho de mercado”.

Pequeños empleados

La política del Estado español (más horas lectivas en menos semanas) se produce por la estrecha relación entre la exigencia de las jornadas laborales y los extensos horarios escolares. La media anual de las horas trabajadas en España fue de 1.690 en 2011. Según el informe de la OCDE, un estudiante de primaria o secundaria está en el centro escolar aproximadamente 900 horas cada año, a las que hay que sumar el tiempo de estancia en el centro que, a menudo, solicitan padres y madres para adecuar el ritmo de los alumnos a las exigencias del mercado laboral. Es el llamado “servicio de acogida”, abierto para que los menores lleguen una o dos horas antes al centro y se queden allí otra hora más finalizado el horario de clases.
Fernando Arri­bas, profesor de secundaria y miembro de Yo Estudié en la Pública, explica que hay familias que cumplen jornadas laborales largas que hacen que se prolonguen las jornadas de los chavales con hasta nueve horas de permanencia en el centro. Para Arribas, “es evidente que estas jornadas no contemplan las necesidades de niños y niñas, sino que están al servicio de las necesidades de los padres y madres,necesidades que a su vez están al servicio del mercado”.
A pesar de esta relación, Curro Corra­les, concejal de Educa­ción en Rivas Vaciamadrid, constata que “los debates sobre la jornada escolar se dan de manera ajena a una reflexión general sobre la misma y a cómo afecta al desarrollo del currículo, la organización de los centros o la participación de la comunidad educativa”.
La exigencia aumenta en secundaria, cuando niños y niñas están más condicionados por las notas
Corrales cree que esta falta de perspectiva se apreció el curso pasado en los debates que tuvieron lugar en varios centros educativos públicos de Rivas, auspicidados por la Consejería de Educación de la Comunidad. Mientras padres y madres defendían una jornada partida, acorde con sus ritmos de trabajo, el profesorado apostaba por la jornada intensiva.
“Más allá de razones y argumentos pedagógicos, el debate nacía en un marco descontextualizado por el interés de la Comunidad de Madrid de hacer de la comunidad educativa un chivo expiatorio”, resume Corrales. Y es que el sentido de los horarios y las jornadas lectivas ha sido subsidiario frente al interés de la Comu­nidad de Madrid por justificar el despido de profesores: CC OO calculó en septiembre de 2013 que este curso escolar comenzaría con un recorte de 943 plazas de profesor en primaria y secundaria.
Un asunto preocupante para Miguel Martínez López, profesor y miembro del Movimiento de Reno­vación Pedagógica Acción Educa­tiva, es que la jornada escolar es la misma de los tres a los doce años. Que se ve incrementada, para más o menos un tercio del alumnado, grosso modo, con la ampliación de horarios. Martínez cree que es una “barbaridad” poner un mismo “traje” a niños y adolescentes de distintas edades.
De nuevo, Finlandia es una referencia a la hora de abordar las diferencias de edades. Para empezar, la educación obligatoria empieza a los siete años (un año después que en la mayoría de países de la OCDE) y se produce una progresión en el horario. Además, la costumbre es que entre clase y clase se dé a los alumnos un cuarto de hora para que “hagan lo que quieran”, explica Miguel Martínez.

Hora de hacer los deberes

El tiempo para descansar y el tiempo para jugar son dos de las demandas de muchas personas que participan en la comunidad docente, aunque ellas mismas comentan que un número importante de padres y madres piden más horas de deberes en casa. Fernando Arribas comenta que “en secundaria el horario es de 8.30 a 15.15, con una media de dos a tres horas diarias de tareas obligatorias para hacer en casa”. Para este profesor y padre, la exigencia aumenta en secundaria, cuando niños y niñas comienzan a estar condicionados por las notas.
En 2010 la oficina del defensor del pueblo de Navarra realizó una encuesta que mostraba que la media de tareas diarias para secundaria y primaria es de 1,7 horas. Esto supone una ampliación de la jornada escolar a diez horas, una apropiación del tiempo libre fuera del ámbito escolar, y una fuente de desigualdades, puesto que los alumnos de primaria y primeros cursos de secundaria requieren para su realización de la ayuda de adultos. Leticia Esteban, de la asociación de madres y padres El Jardín de Momo, cree que el enfoque debe dirigirse no a lo que los niños y niñas “tienen que aprender”, sino a aquello en lo que están interesados. “En las escuelas aprenden que aprender es un dolor”, resume Esteban.
Miguel Martínez reseña asimismo que el descanso es otro de los ausentes de la planificación: “Inclu­so la inspección ha llegado a prohibir” la instalación de espacios para que los alumnos puedan echarse una siesta. “El hecho de que el horario en las escuelas se adapte a las jornadas del mercado laboral no justifica que la práctica totalidad del tiempo en los centros se dedique a la instrucción”, denuncia Vanesa Larriera, miembro de la junta directiva del AMPA del colegio público José Hierro. Larriera comenta que “no es tan grave la cantidad de horas que pasan en el colegio como la gestión de éstas desde el sistema educativo. Porque entre las horas de sueño, las de clase, las tareas obligatorias y el tiempo que están cansados, ¿cuándo juegan?”.
FUENTE: DIAGONAL

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