jueves, 15 de septiembre de 2016

La imaginación y sus vericuetos: El caso de la hiponcría


Mª Dolores Avia, destacada psicóloga en el ámbito de la Psicología Clínica y de la Salud, es Catedrática del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico I (Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica) de la Universidad Complutense de Madrid. Avia es autora, entre otros libros, de Hipocondría (Editorial Martínez Roca, 1992) y Enfermos imaginarios. La hipocondría (Editorial Océano, 2000).

ENTREVISTA

La preocupación excesiva por la salud (habida cuenta de la proliferación de "dietas saludables o milagrosas", ejercicio físico excesivo, etc.) es un tema que cobra en nuestros días un interés especial para profesionales e investigadores de la Psicología. ¿A qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de un trastorno somatomorfo como es la hipocondría? ¿De qué otras patologías o rasgos de personalidad habría que diferenciarla si queremos hacer un buen diagnóstico diferencial?

Nos estamos refiriendo a un mal imaginario que puede causar tantos o más problemas que los males reales. De forma menos coloquial, la hipocondría hace alusión a un trastorno en la percepción y/o interpretación de los síntomas y signos físicos, como si fueran indicaciones de enfermedad grave. Implica un temor a estar enfermo o una sospecha, a veces convicción, de estarlo ya. Esta patología puede analizarse como un síndrome que abarca creencias, emociones y conductas particulares, distintas de las de otros trastornos. Puede tener elementos comunes con los trastornos de ansiedad, también con los afectivos y con los trastornos de conversión.

De manera general, ¿nos podría comentar cuáles son los principales factores implicados en el origen y mantenimiento de una patología como es la hipocondría? De manera paralela, ¿qué otros factores podrían actuar como protectores o facilitadores de la remisión del trastorno que nos ocupa?

A la hipocondría se puede llegar de muchas maneras, no hay una sola vía. Hay casos muy simples, generalmente sencillos de tratar, que están asociados a una historia de antecedentes personales o familiares de enfermedad real, a menudo seguidos de formas de reaccionar inadecuadas. Otras veces ocurre en el contexto de familias hipocondríacas, que pueden haber transmitido a los hijos miedos y conductas que se han mantenido mucho tiempo.

La mayoría de casos surgen como consecuencia de la mala interpretación de diversos signos físicos molestos y/o dolorosos, relacionados con dificultades de la vida o problemas de relación que el paciente no atribuye bien y siempre asocia con alguna enfermedad. Por tanto, hay varios factores que pueden servir como desencadenantes o facilitadores de la hipocondría: incidentes físicos graves en uno mismo o en otras personas, estrés, ansiedad u otros que generan síntomas físicos, dificultad en atribuir adecuadamente el origen de tales signos, incluso la llamada "amplificación sensorial", tendencia a hacer mayores los síntomas por factores cognitivos como la atención exagerada, errores por desconocimiento, etc.

Como de costumbre, sabemos menos de los factores protectores. Darwin, un hipocondríaco de libro, tuvo varios hijos muy hipocondríacos y uno sólo, criado en el mismo ambiente, que salió ileso. ¿Por qué? Me encantaría saberlo, pero sinceramente, no lo sé. Hacemos interpretaciones a posteriori.

Usted es una de las principales figuras españolas en el estudio y tratamiento de esta enfermedad, siendo la autora de uno de los primeros estudios sistematizados con población hipocondríaca. Partiendo de los factores a los que se refería con anterioridad, ¿cuáles serían los principales ejes de intervención en esta patología? ¿Qué técnicas de las que se disponen hoy día gozan de mayor eficiencia en el tratamiento de la hipocondría?

Hoy en día se trabaja con un esquema cognitivo conductual que, sin discutir sobre los miedos del paciente, trata de sustituir sus explicaciones por otras más benignas que compitan con la posibilidad de que padezca, por ejemplo, una enfermedad muy grave que no se ha descubierto aún. Siempre, con todo, hay que controlar el refuerzo que el medio familiar e interpersonal ofrece a la hipocondría, a menudo muy difícil de conseguir; y examinar la situación del paciente en diversos ámbitos, para ver el valor funcional de esas reacciones y las dificultades que no sabe manejar en su vida diaria.

Tal vez la principal dificultad con la que nos encontramos a la hora de tratar a una persona con hipocondría es, precisamente, la reducción de las ideas erróneas en torno a su salud. La preocupación excesiva por padecer alguna enfermedad, unida a diversa sintomatología ansiosa, puede coexistir con la presencia real o la plausible sospecha de padecer alguna enfermedad física. Este hecho puede dificultar, no en pocas ocasiones, el tratamiento con estos pacientes. ¿Cuáles son los principales mitos que aún prevalecen en torno a estas creencias y su relación con enfermedades físicas reales, presentes incluso entre buena parte de los profesionales de la salud?

El tratamiento que hemos ayudado a elaborar pretende, precisamente, eliminar esos errores ofreciendo una explicación más completa sobre el origen del malestar físico, que puede coexistir con una salud perfecta. La mayoría de las personas considera que estar sano implica no tener ningún dolor o molestia, lo cual es falso. Muchos, incluso cuando están enfermos, perciben cierto control sobre su salud, mientras que los hipocondríacos consideran que en cuanto les pasa algo real, aunque sea un catarro, no tienen nada que hacer para reducir su efecto, lo cual tampoco es cierto.

Ahondando en la pregunta anterior... ¿Cómo se puede manejar una situación terapéutica cuando la frontera entre lo imaginario y lo real es débil?

Naturalmente, todos podemos enfermar gravemente y morir. Por desgracia, nadie está libre de esa amenaza, pero tratamos de hacer que la gente conviva con esa espada de Damocles, en vez de asegurarles una y otra vez que no les pasa nada… Al fin y al cabo es lo que hacemos todos, ¿no?

Lo que sí quiero aclarar es que, frente a lo que a veces se cree, el temer mucho algo no hace que ese algo sea más probable (no van a enfermar de cáncer por tener una "cancerofobia"), pero tampoco menos: el hipocondríaco, como todos, puede caer enfermo. Por lo general, cuando esto ocurre suelen reaccionar como la mayoría, asumiéndolo en mayor o menor grado.

Usted va a exponer en su ponencia diversos casos de personajes públicos del mundo de las ciencias y las artes que, en grado diverso, pudieron padecer esta enfermedad y se pregunta por la idoneidad del actual tratamiento cognitivo-conductual para tratar la dolencia de estas personas. Pareciera que quisiera hacer pensar a los asistentes en la posibilidad de la existencia de una relación entre capacidad intelectual y creativa e hipocondría. ¿Qué nos aportan las investigaciones más recientes? ¿Existe alguna relación, del tipo que sea, entre creatividad intelectual y presencia de creencias erróneas en torno a la salud?

¡No, por Dios! Me alegra que me haga esa pregunta porque me hace ver que a veces nuestras intenciones al poner un ejemplo no se corresponden con lo que los oyentes o lectores perciben… Lo que pretendía hacer al poner ejemplos de personas conocidas en el mundo de las artes y la ciencia es hacer ver que todo el mundo, independientemente de su sofisticación intelectual, puede ser un hipocondríaco si se dan determinadas circunstancias externas e internas.

Lo que ocurre es que cuando una persona de un nivel cultural bajo (donde precisamente es más frecuente la hipocondría, no menos...) genera temores por su salud, suele ser menos llamativo para un observador, y también muchas veces menos "bizarro". Las hijas de Darwin iban a oír conferencias con mascarillas en la boca para que no las contaminaran; probablemente alguien más sencillo se quedaría en casa quejándose a su señora, que le recomendaría ir al médico otra vez… Juan Ramón Jiménez llegó a meterse en la casa de varios de sus psiquiatras (a vivir con ellos, me refiero) para estar más seguro de que no le iba a pasar nada.

Este último caso me pareció interesante porque, con todos los respeto a esos psiquiatras (uno de ellos nada menos que el Dr. Simarro, al cual veneramos los psicólogos españoles), no le ayudaron en nada, al revés. No olvide que ante todo soy profesora y los ejemplos pretenden dejar clara la idea que quiero transmitir (en este caso, qué no hay que hacer para ayudar a un hipocondríaco). En todo caso, no me gustaría nada que se me presentase Juan Ramón Jiménez a ser tratado… sería un hueso muy duro de roer. Pero nos hace pensar cómo abordar con éxito los casos difíciles.

En este mismo sentido, ¿podríamos hablar de una mayor prevalencia de la hipocondría en ciertos colectivos o grupos de personas con características determinadas?

La hipocondría tiene una prevalencia similar en hombres y mujeres, al contrario de lo que ocurre en la mayoría de los trastornos de ansiedad y afectivos, y está bastante presente en todos aquellos casos en los cuales la atención centrada en uno mismo es alta, como puede ser el caso de actores y escritores.

¿Le gustaría añadir alguna otra cuestión sobre el tema que nos ocupa?

Me pregunta si quiero añadir algo... Sí: una vez, dando una conferencia en Sevilla, conocí a un psicólogo granadino que me habló de Falla y Juan Ramón Jiménez como hipocondríacos ilustres. Agradezco mucho a Manuel López Sánchez esta información, que me ha ayudado a ver más y mejor el problema fascinante del miedo imaginario a la enfermedad.

FUENTE: INFOCOP



No hay comentarios:

Publicar un comentario