martes, 27 de diciembre de 2016

Reflexiones de una neo-madre en su primer día

Entre todas las sonrisas y las alegrías desproporcionadas que suscitó la noticia de mi embarazo, se coló alguien cuya reacción me asqueó más de lo que pensaba, fue la voz que me soltó: “¿En serio? ¿Y qué vais a hacer ahora? ¿Qué pasará con tu trabajo, con tu carrera?” Y sentenció: “Se te ha acabado lo bueno, ya te puedes despedir de tu juventud, y de tu vida, de paso: tener hijos te cambia la vida.” Me chocó oír aquello de boca de alguien que no tenía hijos y tuve miedo. Sí, me cuestioné si debía seguir adelante con el embarazo, aquella voz tenía razón y yo estaba decidida, así que no me quedó más remedio que decirle adiós a mi vida y prepararme para ser una gorda que suda con un chándal lleno de caca y camisetas manchadas de leche. Una vocecita esperanzadora interior me decía que no tenía por qué ser así… de todos modos, yo estaba preparada para ‘ser madre’.

Para lo que no estaba preparada fue para lo que vino después: cuando nació mi hija, mi vida seguía allí. Es cierto que pasé una semana en casa de mi madre, intentando dormir la mona después de las drogas pre y post cesárea, pero ya estuve en su casa durmiendo una semana cuando me quitaron un quiste en la axila. Es verdad que el primer mes dormí muy pero que muy poco, pero tampoco dormía cuando tenía que entregar un trabajo que no sabía cómo enfocar o el día antes de una conferencia. También es cierto que no conseguí hasta tarde acostumbrarme a aquella nueva criatura que se había instalado entre nosotros en casa, me pasó lo mismo cuando me fui a vivir con mi pareja. Sí, lloré mucho. Cuando tengo la regla, a veces, lloro mucho. Nada de lo que estaba viviendo era, en mayor o menor medida, nuevo para mí.

Sacarte el carné de conducir te cambia la vida, ser mayor de edad te cambia la vida, dejar un trabajo, romper con un novio, mudarte de ciudad, cambiar de piso, la muerte de alguien, optar por el crudiveganismo, conocer a alguien, descubrir un lugar maravilloso, viajar, tener un hijo… Todo son cosas que te cambian la vida y sin embargo nadie te dice: ¿En serio, te vas a Tailandia? Ya le puedes decir adiós a tu juventud porque cuando vuelvas se habrá ido al garete, igual que tu carrera y, de paso, tu belleza.” Al contrario, se oyen comentarios halagadores como “ala tía cómo mola, qué súper experiencia, vas a aprender un montón y te lo vas a pasar de puta madre, ¡qué envidia me das!” Solo unas pocas envidiarán tu futura maternidad, los demás, irán también poco a poco despidiéndose de ti y tú te sentirás como si estuvieras en un barco de madera alejándote de la costa mientras intentas remar sin éxito y pides ayuda y dices que socorro, que el barco se va pero todos te miran con condescendencia y bajan la mirada antes de darte la espalda y alejarse un poco para quedarse allí, para que tú los veas y no los puedas alcanzar, eres como Tántalo ahora.

La maternidad es un continente que solo las mujeres podemos pisar y una vez allí no podemos volver. No hablo de nada místico, ni de nada más allá de la experiencia humana: hablo de la sociedad. Digo que las madres no molamos, que abandonamos nuestro ya precario puesto de mujer para optar a uno que nos denigra todavía más, uno que nos invisibiliza, que nos quiere encerrar en casa para que no demos el coñazo con nuestras hormonas, con las monerías de nuestro bebé, o con nuestras preocupaciones de extraterrestre. Las madres molestamos porque tenemos una prioridad que no es ni la casa, ni los amigos, ni nuestras madres, ni nuestra carrera, ni el vino, a pesar de que no renunciamos a nada de ello. Nuestro bebé pasará por encima de todo y no porque sintamos un amor inexpresable hacia él (o sí, también, qué más da) sino porque es una criatura indefensa que depende total y absolutamente de nosotras. Por eso no interesamos, no nos darán un trabajo porque si nos llaman del cole nos iremos sin pensárnoslo dos veces, no nos incluirán en un proyecto sabiendo que “no tendremos tiempo de implicarnos”, no nos escucharan porque la maternidad es una experiencia privada, así que quédate en casa con tu retoño que no queremos verte las tetas en público, no queremos oír el llanto de un recién nacido ni que nos toques con las manos llenas de mocos, no queremos escuchar que estás cansada, que ya lo sabemos, no nos importan los días que lleves sin dormir, ni lo duro que fue el parto, ni cómo tienes el suelo pélvico, ni si te cagas encima, ni si tiene estrías o no, has dejado de ser un producto interesante, mamá, no nos cuentes tu vida.

Y bien, si no puedo contar mi vida ¿cómo sabéis que ha cambiado? ¿Qué sabéis de la maternidad además de lo que ponen los libros de autoayuda o lo que dice “Mi bebé y yo” este mes? ¿Qué sabéis de las madres aparte de un sinfín de tópicos que incluyen la dulzura, un amor inmensurable y, ante la amenaza, una metamorfosis de mujer fina a ogro que se resume en el famoso “Yo por mi hija MA-TO”, de Belén Esteban? Si no nos dais la voz no os podremos explicar que debajo de las capas de vómito estamos nosotras y que a lo mejor no sentimos este amor irracional por un ser desconocido, y llegamos a sentirnos culpables por ello porque somos “una mala madre”, que es el peor insulto que podemos recibir; es posible que pensemos que no hay nada poético en ser madre, nada mágico, que nosotras queremos seguir siendo ante todo mujeres y queremos que nuestra vida siga estando allí tal y como la dejamos y que tenemos el derecho a reclamarla.

Hay que reinventar las maternidades, acabar con el discurso hegemónico escrito por hombres interesados en mantenernos quietecitas en casa con la falsa idea de que somos importantes porque somos fuente de vida y hacemos posible el milagro de la humanidad. Hay que sacar a las madres de este pedestal irrompible que no es más que este continente peligroso que nos aparta del mundo, que nos limita a una mera función reproductiva. Poner fin a los discursos que empoderan a las madres y frustran o condenan a todas aquellas mujeres u hombres que no pueden o no quieren o no saben tener hijos. Hay que escuchar a todas aquellas madres que no queremos ‘ser madres’ a pesar de tener hijos y nos apoyamos en unos padres que hasta ahora se han conformado con un simple papel secundario. Necesitamos muchas voces para hablar de muchas maternidades, para escuchar diferentes maneras de enfrentarse a esta experiencia que tiene que dejar de ser privada y tenemos que gritar bien alto que madre sí hay más que una.

FUENTE: Pikara

No hay comentarios:

Publicar un comentario